La reciente concesión del Premio Nobel a la escritora bielorusa Svetlana Aleksiévich ha propiciado un debate sobre el “periodismo literario”, presuntamente la etiqueta que más conviene a su obra.

El debate se ha aprovechado (por no decir que viene impulsado) del desconocimiento casi completo, muy estricto en cualquier caso, que la comunidad lectora española tenía de sus libros durante las horas inmediatamente posteriores al veredicto, justo cuando “hay que decir algo” (y tampoco es que ayudase mucho la argumentación del jurado: “por sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje”).

El periodismo (o el ensayismo) como expresión verbal del mundo pertenece (aunque se escriba de espaldas a la ficción) a la literatura tanto como la “ñ” al alfabeto

En este clima de imprecisión y de improvisación el debate se ha polarizado enseguida (con todos los matices que uno quiera) en dos posturas: quienes se lamentan de que el Nobel se rebaje a premiar a una “periodista” y quienes celebran que, por fin, se reconozca el carácter “literario” del periodismo. Ambas posiciones están tan disparatadamente equivocadas que es casi una responsabilidad cívica intervenir someramente para alertar de las confusiones que las alimentan. 

En primer lugar aprecio una identificación bastante asombrosa entre literatura y ficción. El carácter hegemónico de la ficción (y de su vehículo favorito: la novela) dura ya más de cien años y se extiende desde los departamentos académicos hasta las librerías pasando por los suplementos y secciones culturales, y es tan apabullante que solo lo discuten quienes (como Shields o Sebald) han tenido pésima suerte (el primero) o mala mano (el segundo) con la imaginación.

Literatura sin límites

Pero el Premio Nobel es un premio de literatura, y la literatura tiene una historia extensísima (que se pierde entre las sombras de los mitos) y contiene una multitud de géneros que se distinguen no solo por la técnica empleada sino también por su relación con lo ficticio. El periodismo (o el ensayismo) como expresión verbal del mundo pertenece (aunque se escriba de espaldas a la ficción) a la literatura tanto como la “ñ” al alfabeto, y que un periodista gane el Premio Nobel debería de resultar tan poco sorprendente como que lo ganase un poeta, un dramaturgo o un individuo resuelto a entregar su carrera al epigrama.

En segundo lugar me sorprende la algarabía (colindante con el despipote) con el que numerosos columnistas españoles han recibido el premio. Parece como si entonasen un gran “por fin” de reconocimiento. Algo así como si Carlos Zafón o Pérez Reverte se alegrasen como si el Nobel al también novelista Modiano les acercase al premio. ¿Qué tiene que ver el columnismo de batalla con el periodismo de Aleksiévich? Sospecho que poco, y me juego la paga de este artículo a que la confusión proviene de nuevo de una lectura errónea del dichoso adjetivo “literario”.

¿Qué tiene que ver el columnismo de batalla con el periodismo de Aleksiévich? Sospecho que poco

Dado que la mayoría de los que se sintieron alentados y concernidos (concernidos por alentados) practican el derrame lírico, la confesión tremolante, los juegos de palabras fonéticos y lo que Javier Marías diagnosticó hace años como el estilo de “desplante y dominó”, no cuesta concluir que aquí se confunde lo “literario” con lo afectado, el rococó y la ñoñez… atributos que tarde o temprano terminan por evocar el magisterio del añorado Paco Umbral, y que sus discípulos más o menos confesos (confesos intermitentes) practican con puntual cursilería. No me detengo a explicitar la distancia que separa esta clase de prosa de la que suele premiarse en Estocolmo, pero cabe conjeturar que el error aquí está en identificar lo “literario” con el “estilo” y el “estilo” con lo descrito en el párrafo precedente.

Etiqueta o muere

¿A qué se refiere la academia con este endiablado adjetivo: “literario”? No estoy seguro. Pero en los grandes zocos literarios (Frankfurt y demás) los agentes llevan años etiquetando con un adjetivo la parte del león de su negocio: las novelas. Las tienen de todos los colores: negras, rosas, amarillas, y de todas las inclinaciones: románticas, históricas, de duelo, de no-ficción…

Es una acepción de “literario” que engloba la audacia, la originalidad y el rigor. Justo esta acepción de “literario” es lo que esperamos descubrir en Aleksiévich

Entre estas etiquetas llamativas y precisas, que exponen bien la clase de producto que pretenden vender hay una que deja incómodos a todas las partes: “literaria”. La novela literaria. No me lo invento. En cierto sentido se trata de una redundancia, ¿no es literatura cualquier novela con independencia de su valor? Pero en otro sentido este “literario” es una suerte de estigma atribuido con cierta malicia: son novelistas “literarios” aquellos que siguen una poética propia, cuyas obras no se dejan reducir a un género ni a la historia que cuentan.

Difíciles de vender porque son difíciles de resumir y explicar, porque exigen un esfuerzo análogo al que previamente hizo el autor para comprender y encapsular de manera original la parcela de mundo sobre la que se aplicó, con o sin mediación de las facultades imaginativas. Es una acepción de “literario” que engloba la audacia, la originalidad y el rigor. Y es justo esta acepción de “literario” lo que todos esperamos descubrir en las obras periodísticas de Svetlana Aleksiévich.

*Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) es escritor, autor de novelas como 'Hilos de sangre' y 'Divorcio en el aire'. En 2015 publicó su primera novela negra, 'Nadie debería irse a dormir', bajo el seudónimo de Álvaro Abad.