La tribuna

La gran tómbola de la vida

La autora reflexiona, en el día mundial contra la trata de seres humanos, sobre la esclavitud de este siglo: mujeres que son obligadas a prostituirse por las mafias.

30 julio, 2016 01:34

Hace unos días cenaba y conversaba con una amiga que, con mucho cariño, me felicitaba por uno de los múltiples reconocimientos obtenidos como cineasta por mis trabajos contra la trata de mujeres y niñas para la explotación sexual. En concreto por mi documental Chicas Nuevas 24 Horas.

Yo le contaba mis comienzos (nada fáciles) como documentalista, hace ya diez años. Mi primer documental Voces contra la trata de mujeres, un trabajo que apenas vio nadie en su día por lo incipiente que era este delito en nuestro país o, sin más, porque a nadie le interesaba un pimiento que le hablaran de la “trata de blancas”, como se decía entonces, y como por desconocimiento se sigue diciendo hoy, siendo las víctimas de esta vulneración de derechos humanos, blancas, negras, amarillas…

La trata de seres humanos no es igual a la trata de blancas, no es igual a prostitución.

Todavía recuerdo las burlas y comentarios sarcásticos de amigos cuando les contaba el argumento de este documental. Me contestaban con topicazos tales como: "La que es puta es porque quiere. Te han vendido una moto, esto no existe en nuestro país".

Tambien le contaba a mi amiga los cinco últimos años trabajando muchas horas al día para conseguir, por un lado, los datos, la investigación y los testimonios; y, por otro, los recursos para poder llevar a cabo el proyecto Chicas Nuevas 24 Horas rodado en cinco países. Años de pico y pala, aunque reconozco que me van los retos difíciles y no me asusta el trabajo.

Ella me respondía que había muchas personas que trabajaban y se esforzaban tanto como yo –no tengo ninguna duda–, pero que nunca conseguirían el reconocimiento del que yo era objeto. Por esta razón ella pensaba que yo tenía mucha suerte.

Deber dinero al tombolero

Ser –según mi amiga– una “suertuda”, me hizo reflexionar sobre este tema, sobre la gran tómbola de la vida que, dependiendo de donde nazcas, tu familia, tu sexo, tu color o tu raza, partes con un determinado número de papeletas para conseguir el mejor premio de la rifa; o, por el contrario, naces sin ninguna y, encima, debiéndole dinero al tombolero.

Esta claro, soy una mujer “suertuda”, lo reconozco.

He tenido la suerte de nacer en este lado del mundo. Si hubiera nacido en Edo State (Nigeria), en una familia humilde, lo normal es que me hubiera pasado lo mismo que a Loveth, y hubiera sido víctima de trata.

Nigeria tiene una población de mas de 170 millones de habitantes, una población empobrecida y diseminada, donde las mujeres ademas sufren, en muchos casos, violencia de género, lo que les convierte en muy vulnerables y en carne de cañón para los proxenetas.

Loveth quería lo mismo que yo, lo mismo que deseamos todos; una oportunidad de vida, un trabajo digno. Ella quería ser costurera internacional. No obstante, y aprovechándose de su sueño, fue captada en su Nigeria natal, pero vendida, explotada y violada mil veces en nuestro país en clubes de alterne y también en la calle.

Yo podía haber sido Loveth. No soy más lista que ella, pero la diferencia la marca nuestro lugar de nacimiento.

Tengo también suerte porque cuando decido dar un cambio radical en mi vida profesional y de nuevo volver a estudiar, esta vez cine a los 37 años, puedo hacerlo, y además mi familia me apoya.

Yo podía haber sido Loveth. No soy más lista que ella, pero la diferencia la marca nuestro lugar de nacimiento

Yandy con tan solo 15 años, por el contrario, apenas fue a la escuela y a esa edad tuvo que buscar trabajo para ayudar en su casa. La pobreza es uno de los detonantes de la trata de personas, pero también la desatención y la falta de afecto de las familias.

Sola, sin estudios, sin herramientas, ella fue arrancada de su familia por su máxima vulnerabilidad.

El mundo vive una gran desigualdad en cuanto a las posibilidades de vida. En este sentido, niñas como Yandy son vendidas cada día como trozos de carne para satisfacer el gran mercado internacional de la prostitución, que ve con total tolerancia y normalidad la compra y venta de seres humanos para su explotación sexual.

Tengo suerte de compartir mi vida con un hombre que me respeta, me valora y me hace crecer cada día.

Vendidas cada día como trozos de carne

Las relaciones de Ana Ramona con los varones-puteros que pagaban por sus servicios en contra de su voluntad, por el contrario, son relaciones de poder, y este solo se ejerce sobre otro al que se encuentra inferior, nunca es algo neutral… Y, claro, como pagan, se creen los dueños, los amos. Y es en esa relación de poder que, incluso, pueden pagar no solo por sexo, sino también por propinar una paliza de muerte a una mujer,  o a una niña, que está para hacer, literalmente, “lo que a él le dé la gana”.

Tengo la suerte y el privilegio de creer en lo que hago y trabajar como cineasta para visibilizar la trata y sensibilizar a través de la educación, el cine es una potentísima herramienta para este fin, y así llevar el grito de denuncia ante semejante vulneración de los derechos humanos, para reivindicar en todo el mundo la dignidad de las mujeres. Los seres humanos no están en venta.

Estela, cada día durante tres largos años en distintos puticlubs de Alicante, estaba obligada a “trabajar” como esclava sexual todas las horas en que fuera requerida por los prostituyentes. Sus gritos eran silenciados por el alcohol y las drogas que le obligaban a consumir para hacerla más dócil, más sumisa.

Realmente soy una mujer con mucha suerte. También es cierto que nunca me ha dado miedo perder mi statu quo. Los cambios siempre dan miedo y hay que ser valiente para luchar por lo que crees… la suerte se encuentra montándose en muchos trenes.

Como valientes son, sin duda, Loveth, Yandy, Sofía, Estela o Ana Ramona, capaces de vender sus propiedades, o hipotecarlas, para emprender su “sueño migratorio”, para tener una oportunidad de vida para ellas y los suyos.

Cadenas invisibles, palizas y amenzas

Ese sueño se traducirá en grandes cadenas invisibles de las que no podrán escapar: deudas, falta de documentación, palizas, amenazas a sus familias.

Ellas, al contrario de lo que piensa mucha gente, no ejercen el oficio más antiguo del mundo, no son prostitutas, sino que son mujeres prostituidas a la fuerza.

Por otro lado, el oficio más antiguo del mundo, como dice Laura, una joven amiga brasileña víctima de trata, es mirar para otro lado ante la esclavitud de nuestro siglo.

Sin duda deberíamos reflexionar ante tanto dolor de unas mujeres y niñas a las que la tómbola de la vida no solo no les trajo suerte, sino que, muy al contrario, les robó todo: sus derechos, su dignidad…, desde el día que nacieron con el sexo femenino.

Invisibles, víctimas del miedo, la violencia y el abuso, pero también de la complicidad de todos.

***Mabel Lozano es documentalista y directora de Chicas Nuevas 24 Horas

                                                                                                 

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