El leguleyo

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La tribuna

El leguleyo

El autor reflexiona sobre las críticas que a veces se lanzan contra la Justicia desde el desconocimiento o la demagogia a raíz de un artículo del periodista Vidal-Folch.

27 julio, 2016 00:26

“No hay una psicología más complicada, más laberíntica, aparentemente, que la del tinterillo. Posee una fraseología sugestiva, una lógica fina; su sagacidad maravilla; su astucia anonada” (Francisco Bruno. 'El laberinto de la Justicia').

Desde hace algún tiempo y vayan ustedes a saber por qué, la figura del leguleyo ha vuelto a ponerse de moda y son frecuentes sus apariciones, aunque puestos a elucubrar, la clave pudiera estar en la suplantación de la Justicia por la glosa de la Justicia. Las revistas jurídicas y las colecciones de jurisprudencia han quedado para cuatro chiflados y lo que importa es la opinión del indocto o leguleyo con sus alardes de jurispericia parda. Ya sé que no se trata de un problema doméstico o, lo que es igual, que en todas partes cuecen habas, pero como diría Cela, ocurre que las habas hispánicas son más duras de roer y más difíciles de digerir, circunstancia que produce flato en el personal. Dicho lo cual, me permito denunciar la presencia de este personaje que, a mi modesto entender, puede incurrir en la ilícita conducta de competencia desleal o, si se prefiere, de intrusismo en la profesión.

El Diccionario de la Real Academia Española –Vigesimotercera edición– ofrece como primera acepción de la voz leguleyo la de “persona que aplica el derecho sin rigor y desenfadadamente”. Por su parte, el reciente Diccionario del español jurídico habla de “abogado o jurista con poca formación o falta de buen criterio”. Sin entrar en la oportunidad de ambas definiciones, creo que faltan, cuando menos, otras dos que pudieran enunciarse así: a) hombre confuso y pretencioso que, en su soberbia, se cree fabricado a imagen de Marco Tulio Cicerón; b) mezcla rara de sabidurías, adivinaciones e intuiciones, por un lado, y de ideas preconcebidas y cerrazón mental, por el otro. Para confundir mejor a la clientela, tan dispares características suelen presentarse juntas y hasta mezcladas con las propias de los rábulas y tinterillos, que son categorias dominadas por charlatanes y vocingleros.

Hoy, el leguleyo está en todas partes, incluidas las tribunas de opinión y las tertulias, donde muestra su fatuo perfil

Antes, cuando las cosas eran normales, el leguleyo no pasaba de vulgar comisionista o conseguidor a domicilio. Hoy, sin embargo, el leguleyo está en todas partes, incluidas las tribunas de opinión y las tertulias de radio y televisión, donde muestra su fatuo perfil. El leguleyo y quizá éste sea un síntoma para acertar en el diagnóstico, suele ser un consumado grafómano cuando no un voceras, y acostumbra a expresarse con frases punto menos que ininteligibles como “el tema del capotaje de la norma” o “al socaire de la ley de leyes”. Después se queda tan fresco y mira al tendido como si tal cosa. Aplomo, la verdad sea dicha, no le falta.

La última lección magistral de un leguleyo ha sido la de Xavier Vidal-Folch Balanzó, quien, además de periodista, al parecer es licenciado en Derecho. La ha impartido en el diario El País a propósito de la decisión de la Comisión Permanente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), de acordar, en estricta aplicación del artículo 355 de la Ley Orgánica del Poder Judicial (LOPJ), el reingreso en la carrera judicial del magistrado Daniel de Alfonso Laso, quien desde el 02/09/2011, mientras desempeñó el cargo de director de la Oficina Antifraude de Cataluña, se encontraba en la situación de servicios especiales prevista en los artículos 348. b), 351. e) y 353 LOPJ.

Vidal-Folch ha puesto el grito en el cielo y afirma que el acuerdo del CGPJ sobre Daniel de Alfonso 'causa un grave daño'

Al conocer la noticia, el leguleyo ha puesto el grito en el cielo y ha escrito una columna que titula “Je recuse” –el rótulo demuestra que su autor ni sabe francés ni ha leído el J'accuse de Émile Zola, al que trata de emular, y se publicó el 13 de enero de 1898 en el diario L'Aurora– y en la que afirma que ese acuerdo del CGPJ ha sido obra de “un archicorporativo” órgano de gobierno del Poder Judicial, pues el regreso del señor De Alfonso a sus funciones jurisdiccionales “causa un grave daño” a la justicia al “conllevar la pérdida de la apariencia de independencia e imparcialidad requerida a un juez”. Luego, un par de líneas más abajo, el iracundo leguleyo remata la faena con el insulto de “juez indeseable, mayordomo servil y perillán”, lo que no es más que una impúdica prueba de su condición.

Aunque sólo fuera por precaución, ya que no por respeto, este tipo de leguleyo debería medir y sopesar cuanto dice y, en los casos de duda, antes de ponerse delante del teclado del ordenador, sería bueno que contase hasta diez. Por muy solemnes que se pongan en sus artículos, estos individuos picapleitos no son más que polichinelas del Derecho y deberían estar prohibidos por decreto, aunque bien pensado, tampoco hay que prestarles demasiada atención a cuanto dicen, ya que, al menor descuido se quedan con el trasero al aire y en postura bochornosa. No digamos cuando escriben o hablan bajo los efectos de una ingesta desmedida de bebidas espirituosas, en cuyo supuesto sería aplicable la correspondiente atenuante, incluso con rango de muy cualificada.

En su opinión, lo justo se supedita a la necesidad y a la conveniencia, por eso pretende aplicar la ley a su antojo

Para mí todos los leguleyos, sean políticos o no, sean periodistas o no, sean de derechas o de izquierdas, coinciden en una cosa: en llevar el agua a su molino cuando la ocasión se presenta. Hay entre ellos una especie de mutua atracción o comunidad de intereses. En su opinión, lo justo se supedita a la necesidad y a la conveniencia. Para mayor oprobio, la osadía del leguleyo se muestra de la mano del analfabetismo y quien ejerce de tal apenas traspasa el nivel de los juicios de valor sin más sentido que el de la intuición primitiva o el interés irresponsable. Porque si de lo que se trata es de proteger la imparcialidad judicial, pues recordando a Plutarco, “la mujer de César debe estar por encima de la sospecha”, la de los magistrados, llámense como se llamen o pertenezcan a una asociación judicial u otra, ha de presumirse y quien dude de ella en los casos sometidos a su jurisdicción, ahí tiene los artículos 217 a 228 de la LOPJ donde meticulosamente se regulan las causas de abstención y, en su caso, de recusación, lo mismo que el procedimiento a seguir. Distinto es cuando el leguleyo pretende retorcer la ley y aplicarla a su antojo o conforme a los prejuicios de soplones agremiados.

En fin. Se lo dije al señor Vidal-Folch, don Xavier, no hace mucho, con motivo de otra de sus habituales diatribas contra jueces que, como aquí le sucede, tampoco eran de su cuerda o piensan de forma diferente a él. Mas como la ocasión viene al pelo, se lo repito de nuevo: la encolerizada y lega tribuna despide un insoportable tufo demagógico. Quemar a los jueces es subterfugio demasiado ingenuo, caduco, ineficaz y prescrito. Guarde usted en el pozo más hondo su pluma de azufre.

*** Javier Gómez de Liaño es abogado y magistrado excedente.

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