Los españoles tienen hoy doble motivo para decir, parafraseando el célebre microrrelato de Augusto Monterroso, que “seis meses después, Cristóbal Montoro todavía sigue ahí”.

En primer lugar, porque hoy se cumple el Día de la Liberación Fiscal, a partir del cual los ciudadanos habrían cumplido con sus pagos a Hacienda y empezarían a trabajar para sí mismos. Y en segundo lugar porque el ministro que más ha elevado la presión fiscal a los trabajadores y a las clases medias se mantiene en su puesto pese a que el Tribunal Constitucional acaba de anular su amnistía fiscal y pese a que todos los grupos de la oposición -con excepción del PNV- han acordado su reprobación por ello.

El precedente de Corcuera

Lo normal es que Montoro hubiera dimitido ya -como hizo Corcuera en 1993 después de que el Constitucional tumbase su controvertida Ley de Seguridad Ciudadana- o que Rajoy le hubiera cesado. Sin embargo, desde que se conoció el fallo tanto el ministro como el presidente no han dudado en reivindicar una amnistía que permitió aflorar 40.000 millones para recaudar sólo 1.191 millones, un 3%. 

Pues bien, lejos de disculparse, Montoro y Rajoy han defendido la regularización, han reducido la declaración de inconstitucionalidad a discrepancias técnicas y formales, han alegado que hubo socialistas que se acogieron a ella y han menospreciado como “juicios de valor” las duras críticas del Alto Tribunal. Además, el ministro de Hacienda aún ha tenido el desparpajo de anunciar una modificación de la legislación para impedir que en el futuro se puedan aprobar nuevas amnistías como la suya.

La segunda reprobación

La reprobación parlamentaria de Montoro, que los grupos votarán este jueves en el Congreso, es la segunda que merece un miembro del gabinete de Rajoy en apenas un mes: el titular de Justicia, Rafael Catalá, también ha sido reprobado. Y está más que justificada.

Sin embargo, al no llevar aparejada su destitución, no deja de ser una expresión de frustración colectiva ante un ministro que es como el dinosaurio de Monterroso: no se desvanece nunca al despertar pese a que perturba el sueño de los contribuyentes.