Mariano Rajoy se ha ceñido las bridas del triunfalismo para salvar -este viernes- su última rueda de prensa del año. El presidente del Gobierno ha hecho un ejercicio de voluntarismo retroactivo en su repaso de 2016, lo que tampoco da opciones a ser optimistas sobre el próximo curso. En términos globales, el realismo ha brillado por su ausencia tanto en su balance económico como en el político e institucional.

Rajoy ha presentado la botella medio llena aferrándose al crecimiento del 3,2% del PIB español -el mayor de la Eurozona- y subrayando que se han creado 478.000 empleos, que la balanza comercial es positiva y que han crecido el turismo y las matriculaciones. Sin embargo, ha obviado el déficit público y la deuda, que siguen siendo el talón de Aquiles de la recuperación, que su Gobierno ha esquilmado la hucha de las pensiones y que la tasa de paro (18,9%) sigue siendo insostenible.

Pulso soberanista

En el terreno político, el pulso soberanista y el hecho de que el balance del año se produzca con sólo dos meses de legislatura hablan por sí solos. Pero Rajoy ha achacado al resto de partidos los diez meses de parálisis en 2016, ha apelado al diálogo y la Constitución de forma genérica y -eso sí- ha manteniendo la zanahoria del halago ante Ciudadanos y el PSOE para subrayar que no quiere adelantar las elecciones. Nada más.

El diagnóstico real es que la salida de la crisis no está consolidada, que la puesta en marcha de las reformas que necesita España está en el aire; que Rajoy no puede asegurar el cumplimiento de los compromisos que sustentan el pacto de investidura; y que pese a la huida hacia delante del bloque secesionista no hay un Gobierno fuerte que diga cómo va a impedir el referéndum unilateral anunciado para septiembre.

Las incertidumbres

De entre todas las incertidumbres que amenazan a España, la territorial aparece como la más grave y perentoria sin que el presidente parezca darse por enterado. No puede ser otra la conclusión cuando el mismo día que Junts pel Sí y la CUP pactan una ley de transitoriedad, de contenido secreto, para crear un falso choque de legitimidades entre Cataluña y España, Rajoy apela a "dialogar" en la conferencia de presidentes de enero, a sabiendas de que Puigdemont no va a asistir.

Rajoy dice la verdad cuando asegura que "la reforma de la Constitución no arregla el problema de Cataluña" porque el independentismo es un fin en sí mismo. Pero no muestra la firmeza que requiere la política de hechos consumados de los secesionistas cuando, ante otra vuelta de tuerca, no ofrece garantías de que en 2017 la unidad de España no corre ningún riesgo.