Mariano Rajoy ha creado una situación esperpéntica en la democracia española al hacer una lectura imposible de la Constitución, según la cual se puede aceptar el encargo del rey de ser candidato al Gobierno sin la obligación que comporta de presentarse a la sesión de investidura.

El artículo 99 de la Constitución es claro en su punto dos y no admite interpretaciones: "El candidato propuesto conforme a lo previsto en el apartado anterior expondrá ante el Congreso de los Diputados el programa político del Gobierno que pretenda formar y solicitará la confianza de la Cámara".

Presión a PSOE y C's

Sin embargo, Rajoy, al presentarse ya oficialmente como candidato, dio a entender en varias ocasiones que si no logra los apoyos suficientes para ser investido no acudirá al Parlamento. Todo indica así que pretende utilizar la unción de Felipe VI para presionar al PSOE y a Ciudadanos, los dos partidos a los que dijo este jueves que iba a dirigirse preferentemente en busca de respaldo.

El comunicado de la Casa del Rey es inequívoco y propone a Rajoy como "candidato a la Presidencia". No existe la posibilidad, por tanto, de un supuesto encargo del monarca sólo y simplemente para sondear posibles apoyos. Hay un precedente muy cercano: cuando se produjo el encargo de Felipe VI a Pedro Sánchez, el PP presentó un escrito ante la Mesa del Congreso reclamando que el debate de investidura se realizase de inmediato.

Obligación legal

El asunto es gravísimo. La propia presidenta del Congreso, Ana Pastor, se vio desbordada por las insistentes preguntas de los periodistas y no se atrevió a contradecir el surrealista planteamiento de Rajoy. Que el presidente del Gobierno en funciones y la presidenta del Congreso den la impresión de desconocer sus más patentes obligaciones constitucionales resulta dramático. Más aún en el momento actual, sólo un día después de que el Parlament de Cataluña haya lanzado un desafío al Estado y a la Constitución que lo sustenta.

En su comparecencia tras entrevistarse con el monarca, además de hacer hincapié en la tesis de que a la investidura se va a ser investido, insistió en una idea falsa: "La voluntad de los españoles es que gobierne el PP", repitió, blandiendo los resultados de su partido el 26 de junio. Sin embargo esa es la voluntad del 33% de quienes fueron a votar, no de "los españoles". Además, -y es insólito tener que recordarlo- en un sistema parlamentario al presidente no lo eligen los ciudadanos, sino los diputados. 

Espanto de los partidos

En cualquier caso, lo último que cabía esperar de Rajoy es que intentara ponerle sus condiciones a la Constitución. Por mucho que se empeñe, quien acepta la candidatura tiene que ir necesariamente a la investidura para poner en marcha el reloj institucional. Ese es el procedimiento. De lo contrario, el aspirante podría demorar in aeternum la situación y bloquear la formación de gobierno. Lo que sí puede hacer el candidato es solicitar un tiempo, pero alargarlo indefinidamente sería una operación manipulativa contraria al espíritu de la Constitución.  

Con su extravagante actitud, Rajoy ha logrado dos cosas: espantar definitivamente los posibles apoyos que decía ir a buscar -¿quién le va a apoyar ahora?- y dejar patente ante todo el país que ha sido superado por los acontecimientos. Bien haría su partido en buscarle un recambio para acabar con el bloqueo y poner punto final a tanto bochorno.