Los ataques a turistas en Barcelona bendecidos por la CUP nos dan pistas de hacia dónde puede derivar el procés. La prensa inglesa, del Guardian al Times, pasando por el Daily Mail, han recogido algunos de los testimonios de los viajeros del autobús asaltado.

Cuentan que vivieron momentos angustiosos. Pensaron que eran víctimas de un atentado terrorista, como los recientes de Londres, y que en cualquier momento alguien se lanzaría sobre ellos empuñando un cuchillo o un arma de fuego. Temieron por sus vidas. Muchos viajaban con sus hijos.

El tren de la independencia ha convertido en extraños compañeros de viaje a Convergència, a Esquerra y a la CUP. El modelo de sociedad al que aspira cada uno es radicalmente distinto, pero todos han asumido que lo primero es lograr la república catalana -aunque sea por un voto y saltándose las leyes- y ya habrá tiempo después de ver quién se lleva el gato al agua.

En Convergència están convencidos de que, en una Cataluña soberana, sería cuestión de tiempo para ellos recuperar el poder. Entienden que la sociedad catalana sigue siendo eminentemente burguesa y enemiga de otra revolución que no sea la identitaria. Conseguida la independencia, creen, ERC moderaría su discurso para convertirse en el gran partido de una izquierda sensata, y ellos encarnarían, como siempre, el centroderecha.

Descartan que los planteamientos radicales y las extravagancias de la CUP puedan cuajar. Consideran a sus dirigentes poco menos que unos tronados, y todo eso de expropiar la Catedral de Barcelona, de colectivizar la propiedad privada y acabar con la famila -recuérdese la propuesta de Anna Gabriel de tener hijos en “grupo”-, chaladuras.

Ciertamente fue la CUP la que forzó la caída de Mas y es la CUP la que ha ido marcándole el calendario a Puigdemont. Pero es el peaje que hay que pagar por sus diez votos en el Parlament, imprescindibles para seguir avanzando. Lejos de sentirse rehenes, los convergentes tienen a los de la CUP por tontos útiles. Por eso critican con la boca pequeña las agresiones a los extranjeros: ¡Ay si hubieran sido guardias civiles los que asustaran a turistas con una inspección rutinaria!

Más aún, si naufraga el procés -y aquí tiene pinta de que el único que se independiza es Neymar-, los herederos de Pujol dan por sentado que podrán aprovechar a los gudaris de la CUP como Arzallus a "los chicos de la gasolina". Si a rubios e inocentes guiris les hacen bajarse del autobús, les llenan de pintadas el apartamento y les pinchan las ruedas de la bici, ¿qué no harán con unos miserables, renegridos y cejijuntos españoles?