Confieso que me fijé en ella porque su foto me llamó la atención: tenía el pelo corto como un chico, la piel café con leche y los ojos de un tono gris acerado remarcando una mirada inteligente y despierta, inquisitiva, audaz: una de esas miradas que te clavan en el sitio y te dejan claro que no estás ante una persona corriente.

Fue esa mirada casi implacable lo primero que me impresionó de Maryam Mirzhakani, iraní de nacionalidad, matemática de profesión, genio por condición: fue la primera mujer de Irán en participar en unas olimpiadas matemáticas, y también en ganarlas. Después vendría el resto: Harvard y Princeton como alumna, la sacrosanta Standford como docente, los premios y los reconocimientos.

Ninguna mujer antes que ella había ganado la medalla Fields, considerada como el Nobel de las matemáticas. Cuando la recogió, Maryam ya sabía que padecía un cáncer de mama. Durante cuatro años peleó a la vez con los números y las células tumorales, con sus investigaciones, la radio y la quimio. Esta vez no hubo suerte: Maryam Mirzhakani murió la semana pasada.

Tengo delante su foto con el cabello a los Jean Seberg, su piel envidiable, los ojos levemente adormecidos de las muchachas persas y me pregunto cuántas niñas en el mundo sabrán la historia de Maryam Mirzhakani. Cuántas niñas sabrán su nombre igual que saben el de las supermodelos y las actrices, el nombre de las party girls que pueblan las revistas, el de las influencers con medio millón de seguidores en Instagram.

¿De verdad es más interesante una cabeza de chorlito ganadora de una reality que una joven científica cuya vida tiene mucho de aventura? La sociedad ignora irresponsablemente la existencia de figuras ejemplares que deberían ser ejemplo e inspiración de los más jóvenes. No sé cómo, pero habría que hacer un esfuerzo para llevar a las escuelas las biografías de personas que de verdad deberían marcar el camino a seguir. Personas que, como Maryam, se sobrepusieron al obstáculo de nacer en un país complicado para ser mujer, o a alguna discapacidad física, o a las circunstancias vitales, y decidieron escribir su propia historia.

La muerte de Maryam Mirzhakani no ocupó un sitio en los informativos porque tampoco su vida lo había ocupado. Y tengo la sensación de que estamos haciendo mal algo que podría hacerse muy bien. Ojalá encontremos la llave maestra que está encerrada en algún sitio. Descanse en paz, señora Mirzhakani. Y gracias por todo.