Los españoles del primer turno se van estos días de vacaciones convencidos de que cuando regresen todo seguirá igual. El mismo circo, idénticos payasos. No saben exactamente qué seguirá igual pero están convencidos de que todo será igual. Tienen una fe inquebrantable en este gobierno que con sabiduría infinita las ve venir y se pone de perfil para que todo les pase de largo, por delante y por detrás, sin rozarles lo más mínimo, como si nada fuera con él; fe ciega en que Mariano y su troupe continúe inane, sin dar un paso al frente, sin dar marcha atrás, hierático, estático, frígido, marmóreo y marmolillo al mismo tiempo.

Nada es la palabra que más se va a repetir en este artículo y pido perdón ante tanta insistencia. Porque nada es Mariano Rajoy y la nada es su mundo y nada lo que hay que esperar de él. El presidente se mimetiza miserablemente entre estas cuatro letras para que no haya nada que hacer, para que la nada tape sus vergüenzas, para que nada se cruce en su camino, para que nada enturbie su mirada, para que nada sea, al final, la suma de toda la nada que le rodea. Nada es su laberinto, nada es su escondite, nada es el credo que guía su quehacer político y nada somos los españoles para él.

Y ante tanta nadería, y pasito a pasito, Puigdemont sigue inflando el globo de su aventura independentista con el oxígeno que le regalan en Madrid; con la callada como única respuesta por parte de un gobierno central que agacha la cerviz día sí, día también; con un presidente rendido en la carrera de San Jerónimo y que no ve motivos para tomar decisión alguna, ni echando mano del Código Penal ni releyendo el artículo 155 de la Constitución.

Que Rajoy va a seguir mirando para otro lado lo saben todos los ciudadanos, incluidos aquellos que le votan aunque sea en contra de su voluntad. Hay que reconocer que el presidente no engaña a nadie: nada se espera de él y nada será lo que haga. Lo sabe todo el arco parlamentario también; empezando por el PSOE, que está convencido de que su nadería y pasotismo desembocará inexorablemente en que al final, el primero de octubre, y de éstas o aquellas maneras, los catalanes acabarán votando aunque sea en urnas de cartón.

De cartón parece nuestro Gobierno, porque lo es incluso de aquellos que no le votamos. De cartón nos vamos a quedar el próximo 1 de octubre cuando la nada de Mariano Rajoy nos envuelva a todos.