A Enrico Rava, el legendario improvisador de jazz que ya ha cumplido los 77 años, le mantiene vivo su trompeta. Y por eso toca. A Luis de Marcos le mantiene vivo, en contra de su voluntad, un corazón que sigue latiendo y al que la esclerosis múltiple aún no ha vencido. Aunque lo hará. Nadie sabe cuándo. Pero, mientras tanto, la agonía de este hombre de 50 años continúa. Cada día. 

Por qué los dioses han decidido que el músico de Trieste avance hacia la plenitud frente a sus numerosos admiradores cada vez que sopla notas y por qué ni las divinidades ni las leyes ofrecen a De Marcos, invadido de dolores e incapacidades, compasión alguna, nunca lo sabremos.

Pero sí conocemos cómo se podría paliar la tragedia del español: dejándole morir, como desea, sin exigirle asistir a sus desastres diarios que solo sirven para que abandone este mundo en las más devastadoras condiciones; y también para cumplir con una ley que carece de cualquier sentido o, al menos, de la sensibilidad suficiente. Como él mismo dice, “los salvajes demostraban más piedad con sus desahuciados”.

De Marcos sabe lo que quiere. Como lo sabía Ramón Sampedro, o José Antonio Arrabal y otros que dejaron muestras, antes de abandonar este universo, de su titánica lucha a favor de la eutanasia.

Charlie Gard no sabe lo que quiere, porque solo tiene 10 meses. El bebé padece el síndrome de agotamiento mitocondrial, una grave enfermedad genética que lo mantiene internado en un hospital británico. Sus padres quieren someterlo a un tratamiento experimental en Estados Unidos, pero el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo ha desestimado esta petición y ha refrendado el criterio de los especialistas. Al bebé se le retirarán los instrumentos médicos que lo mantienen con vida. 

La lucha de los padres para conseguir ese tratamiento exento de garantías, pero con la opción remota de lo desconocido, para el que habían logrado reunir 1,5 millones de euros en donaciones, ha concluido, pero no su sufrimiento. La decisión del juez Nicholas Francis ha prevalecido por encima de la de los padres del bebé. ¿Qué decretaría el juez británico si tuviera competencias y pudiera escuchar el sufrimiento de De Marcos, que sufre dolores constantes y solo puede mover el cuello y la cabeza? 

Parece inevitable que la sociedad avance hacia la senda de la muerte digna, pero aún muchos deberán sufrir un calvario que no necesitan y del que querrían huir. Será necesario, probablemente, estudiar las solicitudes de forma individualizada, pero deberá predominar, dadas al menos unas condiciones de irreversibilidad y de dolor, el deseo del paciente. Entre otras cosas, y esta no es menor, porque el que se muere es él.

El profesor Marcel Levi, director ejecutivo de la fundación University College London Hospitals, quien se enfrenta con asuntos de esta naturaleza con asiduidad, lo tiene claro: “Muchas veces pienso sobre un paciente: harías mucho mejor yéndote con tu familia de vacaciones; puede que tengas algún tiempo menos de vida, pero un final mucho mejor”. 

No parece mala idea: unas vacaciones para terminar nuestra singladura terrestre. O, aún mejor, que se cumpla el pronóstico de José Luis Cordeiro, profesor fundador de la Singularity University, quien vaticina que en 2045 morirá la muerte. Este experto en robótica licenciado en el prestigioso MIT no incluye entre sus planes el de morir, y estima que hacerlo será opcional en menos de treinta años. Parece difícil, pero quién sabe, igual tiene razón y podremos ser eternos. 

Pero, si no fuera el caso, yo ya dejo dicho que, por favor, déjenme morir como y cuando quiera. Será tarde, desde luego el último día posible, pero ambiciono saltarme la agonía final. ¿Para qué? Mucho mejor, desde luego, disfrutar de unas últimas y felices - hasta donde se pueda- vacaciones familiares.