Todo hacía presagiar una matanza. Una nueva carnicería. Estambul o París, esta vez en una piscina de Mali: un centro de ocio iba a convertirse en el infierno por obra y gracia de Al Qaeda. El lugar elegido no era un club turco ni una sala de fiestas en Francia, sino un pacífico recinto recreativo: a quienes detestan la alegría les vale cualquier cosa.

Unas cincuenta personas, todos familias con niños, iban a ser masacradas por media docena de terroristas armados hasta los dientes. Pero los malos no contaban con la sorpresa: un comandante español estaba allí, en bañador y chanclas. Lo de Bruce Willis en La jungla de cristal fue una broma al lado de lo que hizo este militar, y además aquello era cine.

El español fue el primero en percibir la presencia de asaltantes, alertó a las fuerzas de seguridad para que acudiesen a prestar ayuda, dirigió la huida de los bañistas y con una sola pistola y catorce balas (que ni siquiera eran suyas) hizo creer a los miembros de Al Qaeda que allí había gente armada lista para defenderse.

Tres horas duró la pesadilla. Tres horas durante las que un español descalzo y con un arma sin apenas munición hizo frente a seis asesinos, informando de sus movimientos y del lugar en el que se refugiaban los huidos para que pudieran ser rescatados. Parece el guion de una película, pero es una historia real que, juéguense lo que quieran, acabará en manos de algún avispado productor de Hollywood.

Es la tercera vez en unos días que un compatriota se juega el tipo para ayudar a desconocidos. El héroe del monopatín. El encargado del restaurante que salvó la vida de una veintena de clientes en el mercado de Borough. Y ahora este militar cuyo nombre ignoramos. Reconozco que me hincho como un pavo cuando pienso que comparto nacionalidad con el tipo que en chancletas y bermudas decidió sofocar un ataque terrorista, cuando podía haber aprovechado sus habilidades para salvar su propio pellejo.

Vivimos tiempos tan difíciles que deberíamos recordar a cada minuto a personas como este comandante, y brindarles públicamente nuestra gratitud y nuestro afecto. Hablemos bien alto de lo que han hecho: de alguna forma, su generosidad y su arrojo nos ennoblecen a todos. Nadie duda que en España hay villanos, pero está claro que de héroes vamos muy bien servidos. Recordémoslo cada vez que quieran hacernos creer que sólo hay motivos para la desesperanza y el desaliento.