Nunca invertí ni compré acciones de nada porque padezco una especie de econofobia. Lo económico me da un pavor morboso. Esa clase de pavor morboso que se experimenta viendo películas como La semilla del diablo de Polanski… Por ejemplo, esto del Banco de Santander y el Banco Popular. ¿Cómo no darse cuenta de lo que realmente ha ocurrido y ocurre, de cómo se ha cargado el muerto a los accionistas para no sembrar el pánico entre los depositantes, y para no tener que hablarle de nuevos rescates al contribuyente? Y es verdad que toda acción lo es de riesgo. Tan verdad como que hay riesgos y riesgos...

Volviendo a La semilla del diablo. ¿Se acuerdan? La pobre Rosemary (Mia Farrow) se queda embarazada justo cuando su marido (John Cassavetes), un actor que no levanta cabeza, empieza a levantarla con la posible misteriosa ayuda de unos tétricos vecinos que no paran hasta tomar el control del embarazo de Rosemary y, en última instancia, apoderarse de su niño. Ven en ella una Virgen María al revés, es decir, la Madre no de Dios sino de Satán, a quien al parecer también urge venir al mundo no exactamente en un pesebre sino en el Edificio Dakota de Nueva York. Cuando Rosemary ata espantosos cabos y nota que nada es normal pide desesperadamente ayuda a un ginecólogo externo. A uno que no tiene nada que ver con la conjura montada en torno a su bebé. Al oír el nombre del prestigiosísimo profesional que la ha estado atendiendo hasta ahora (y que sí que está metido hasta el cuello en la siniestra conspiración…), el ginecólogo “bueno” se impresiona, da por hecho que el establishment no puede fallar así y concluye que es Rosemary la que está loca. Lejos de ayudarla a dar a luz en un hospital normal, la engaña y la vuelve a poner derechita en manos del ginecólogo “malo”. Y de los vecinos y de la perla de marido… etc.

Más o menos eso les ha venido a pasar a los accionistas del Banco Popular, que ahora sin duda multiplicarán las querellas y las demandas. Pero ya para qué, si ya les han quitado al niño. Y lo peor es que no se lo ha quitado el mercado, o no sólo. Mucho han tenido que ver las supuestas comadronas del mismo.

Y menos mal que han ido a dar al Santander, que es uno de los bancos españoles llevados con más inteligencia. Por ejemplo, cuando muchos de sus clientes de toda la vida se pillaron los dedos con activos podridos de la estafa piramidal de Bernard Madoff, salió del propio Santander, sin necesidad de achuchones ni de empujones legales, devolverles el dinero.

Sin duda veremos pronto jugadas parecidas, aunque quizá más selectivas. Seguramente no todos los accionistas lo van a perder todo. Pero quien recupere algo no será porque ni el Banco de España ni la Comisión Nacional del Mercado de Valores ni Bruselas ni el Congo Belga en Fiestas defienda sus derechos y sus intereses. Será porque el Santander hila fino y no quiere más cadáveres de los justos e inevitables después de la batalla. Comprar acciones, invertir, pareció hace cosa de unos años que era algo al alcance de todo simple mortal con algún ahorrillo. Qué error, qué inmenso error. Vuelve con toda su crudeza a ser una película de Polanski. Si no tienen estómago para parir demonios, mejor vuelven a guardarse el dinero en un calcetín. O ya puestos, juéguenselo en el bingo…