Fue llegar el martes por la noche a casa, zambullirme en mi pequeño universo de Twitter y tropezar con la avalancha de adhesiones y muestras de afecto a Pedro Cuartango que se habían ido apelotonando a lo largo de toda la jornada. Se me vinieron encima de golpe, sepultándome y arrastrándome como un muñeco ladera abajo. El cuerpo me pedía retuitear y apretar al me gusta. Pero no pude.

Hay gestos que, por hermosos que resulten, desconsuelan. Cuartango no tiene Twitter. Imaginé aquellos comentarios como flores sobre una lápida, como esos ramos en el asfalto tras un atentado: su colorido y su fragor son un derroche; nunca llegarán a sus destinatarios. El despido de Cuartango como director de El Mundo tiene algo de funeral. Así lo siento. Su marcha encarna el adiós a un mundo que desaparece.

Cuartango era la esperanza para algunos de que, vale, el facebook live, los trendings topics y el periscope han ganado la partida, pero sin humillar. Cuartango era la posibilidad de un sendero, por estrecho que fuera, para regresar al lugar donde leer sin tener que apartar displays y a resguardo de las alertas. Cuartango era la quimera de que tras el festín de la fritanga, los chupitos y la travesura de comer con los dedos, siempre habría un plato de cuchara esperándonos en una mesa con mantel a cuadros.

Creo no equivocarme si digo que Cuartango -Pedro G. Cuartango para las hemerotecas-, no dejó El Mundo después de la salida de Pedro J. porque tras haber escrito tropecientos mil editoriales y otras tantas Vidas Paralelas le entró el veneno de la columna, y la columna, a su barbudo entender, tiene que ser de papel. Con él levanta cada semana unos cuantos monumentos a la memoria.

Sus recuerdos tienen la belleza mágica de los insectos prehistóricos atrapados en gota de ámbar. Conoce el arte de detener el tiempo, al que unas veces hace reposar sobre unas vías de tren abandonadas y otras deja languidecer sobre los tejados de Miranda de Ebro.

Cuartango venía siendo un moái para sus compañeros y para la profesión entera. Su silueta tranquilizaba a los periodistas como a los rapa nuis les serenarían las imponentes efigies de piedra al acercarse con sus canoas a la costa.

Los lectores desconocen seguramente que en sus años como jefe de Opinión Cuartango ha sido responsable de la sección de Obituarios. Qué cosas; al apartarlo de la dirección del periódico nos han estampado a todos la necrológica definitiva.