Gracias, lectores. Y lectoras, que para eso sois más. Gracias por elegirme entre la multitud de libros. Gracias. Gracias a esas personas que mañana pasarán por la Feria del Libro de Madrid y esperarán en la caseta para charlar un rato entre firma y beso. Gracias porque quitáis horas de ocio y elegís mi novela. Gracias por las palabras dichas, las ahogadas por los nervios y las guardadas por pudor. Gracias también al resto de libros que llenan los estantes y las cajas. Gracias a los autores que los han escrito. 

Gracias, Antonio Muñoz-Molina, Elvira Lindo, Rosa Montero, Enrique Vila-Matas, Juan Marsé, Juanjo Millás, Javier Marías, Javier Cercas… y más. Todos.
A veces nos preguntamos quiénes somos sin darnos cuenta de que encontraríamos algo parecido a la respuesta alargando la mano a la mesilla. Mirando en el bolsillo de la chaqueta. Recordando la maleta de aquel verano. Lo que somos, lo que nos ha construido, la lente con la que vemos el mundo está en los libros que leímos, en los autores que amamos, en las ficciones que nos acompañaron en el camino y en las que nos acompañarán.

Yo soy los libros de Matute. Mis autores franceses. Mi Modiano. Las ventanas por las que me asomé por primera vez. Soy los párrafos que me acompañan de memoria al pasear. Soy la página de otro que se abre y me contagia. Soy la metáfora que un día me deslumbró y el Nick Carraway de Fitzgerald. ¡Allí está la luz verde! O el temblor que sentí cuando leí a Kavafis por primera vez.

Gracias porque cuando me pasé al otro lado del folio me quedé con vuestras palabras. Como si una pócima mágica se hubiera galvanizado con las letras de los demás. Y ahora soy la suma de todo lo que leí más lo que querría leer. Escribir es, entre otras cosas, un acto inconsciente de admiración. Un homenaje a los que me emocionaron.

Pocas veces uno se desfonda sincero sobre el teclado. Como si casi nadie nos fuera a leer. Ni nosotros mismos. Pocas, muy pocas veces, uno siente la cicatriz de haberse desmembrado delante de los demás. Así ando ahora, con el deshielo de La Parte Escondida del Iceberg. Sin trampa. Sin coraza.

Decía Eliot que el propósito de la literatura es convertir la sangre en tinta. Y eso es lo que he hecho. Pero en mi sangre va también la tinta de los otros. La que se mezcló de otros libros. Gracias.

Gracias a los autores que he leído por hacerme quien soy. Lo celebro en cada firma, en cada libro, en cada nuevo lector. Gracias por permitirme entrar en vuestro mundo, porque ahora he abierto el mío para mirar bajo el agua de las palabras. Desarmado.
Lectores, así me presento. Gracias. Puede que a mí también se me queden cortas las dedicatorias.