Yo me enamoré de mi marido dos semanas antes de conocerle en persona. Le llamé al móvil por una cuestión laboral y su voz provocó en mí una estampida de mariposas, me lanzó a todo tipo de voluptuosas fantasías románticas y sexuales, y borró de un soplo cualquier reticencia que pudiera tener hacia el género masculino. En un instante reseteó mi vida entera, olvidé de dónde venía y pensé que todo volvía a ser posible. Después de aquella conversación me fui a trabajar a la radio y comuniqué a dos de mis compañeros que había encontrado al hombre de mi vida. Ellos se rieron incrédulos, yo me reí de pura alegría. Cuando poco después le conocí, pude comprobar que mis intuiciones sonoras eran ciertas.

Desde entonces ha pasado ya mucho tiempo. Años gratos en los que el hombre cuya voz me enamoró me sigue conquistando con su canto. No me extrañan por tanto los resultados de una investigación americana según las cual una de cada cuatro personas tiene fantasías eróticas con asistentes vocales como Siri, Alexa o Cortana. Parece ser que su mayor deseo es que esa misma voz los despierte por la mañana y los arrulle por las noches, les susurre palabras de amor y les regale consejos cariñosos. Ya lo vimos en Her, aquel film de Spike Jonze en el que Joaquin Phoenix se enamora de un sistema operativo dotado de inteligencia artificial cuyos insinuantes maullidos pertenecen a una de las mujeres más bellas del planeta, Scarlett Johansson. Lo excitante de la cinta es imaginar las formas sensuales de la actriz a través de sus palabras. Cada letra del abecedario se convierte en una dulce tortura labial: húmeda, carnosa, rosada, resbaladiza. La película entera, o más bien lo que se recuerda de ella, acaba por ser el primer plano de una mujer arrebatadora que en realidad nunca sale en pantalla.

Todo esto lo conocen bien los creadores de aplicaciones que van mucho más allá de ofrecer una mera herramienta para encontrar esto o aquello. La última tecnología de imágenes cerebrales ha demostrado que los vínculos entre los asistentes de voz y los humanos se van haciendo más profundos, igual que los del cachorro con su madre. Nos reconocemos, nos conocemos, nos deseamos y nos amamos a través del habla.

¿Y con quién hablamos en todo momento llevando los labios tan cerca, en un gesto que podría confundirse con un beso? ¿Quién nos escucha con mayor atención? ¿Quién contesta siempre con amabilidad? ¿Quién se desvive por ayudarnos en todo? Nuestro móvil. No importa que esa voz sea un canto de sirena, intangible y engañoso. Nosotros somos los primeros “dispositivos inteligentes” capaces de crear una máquina y amarla. Al fin y al cabo, ¿no fue algo así lo que pasó con Adán y Eva?