Hay un necio en la terraza que está explicando su viaje a toda la terraza. Repito terraza para que haga eco en la lectura del texto como su escandalosa voz lo hace en la calle. El necio está con dos amigos que le bailan los chistes, pero podríamos opinar todos los que nos estamos tomando una caña porque es la única señal acústica que se escucha. Radio Pirenaica emitiendo para toda la calle, entreplantas y áticos. 

Todos los clientes se miran, pero callamos. El necio se crece. Y yo estoy en ese punto en el que animaría a mi perra, doña Leo, a que se lanzara sobre la mesa del cretino para que le tapara la boca con sus limpias patas. Pero mi perra es una perra santa y aunque me entienda, que me entiende, jamás lo haría. El necio anda contando lo mucho que ligó en la playa en la que estuvo y lo fáciles que eran las mujeres, sic. Lo escribo aquí porque lo oye toda la calle.

La amiga que se toma la caña conmigo ha estado a punto de ir a la mesa a darle un bofetón y volver a la silla con el relajo digno de un spa de bloguero. Al principio no levantaba la vista de su cebada, pero al rato ha estado cogiendo humo, hinchándose como un pez erizo y cargando de ira su carmín. Yo, que no quería andar saliendo en las webs esas de clic fácil, le he dicho que se contuviera, pero estaba por jalearla.

El hombre es de esos que cuentan todo en voz alta como si estuvieran solos en la arena de Verona, fanfarroneando banalidades y con unos decibelios dignos de concierto. Esto a veces pasa en el AVE, con ese género humano que comenta todo a gritos o que habla por móvil sin necesidad de él porque podrían escucharles en destino. Pasa en muchos sitios. Gritones sin pudor y sin vergüenza.

Después de una pausa en la que el silencio se ha adueñado de la terraza como en una procesión, -¿ha muerto?, ha dicho mi amiga-, el hombre ha vuelto a la matraca. Falsa alarma. No había muerto, seguía de parranda. Alguno de los presentes ha soltado un bufido para solidarizarse con los que estábamos hartos de gritos y nos mirábamos. Yo, que me da por lo literario, he pensado en Agatha Christie y en Asesinato en el Orient Express. Aviso de spoiler. He imaginado que cada uno de los clientes se levantaba a la chita callando y acabábamos con el necio poquito a poco, despacito, oh yeah, con ligeras pausas dramáticas. Pero, claro, podría parecer envidia. Y no.

¿Qué oscuras vilezas se le pasan a uno por la cabeza cuando se encuentra a tipos gritones? Pensaba: si llego a tuitear lo que haría, me llevan detenido. Menos mal que no tenía batería y no podía escribir, de lo contrario ya me habían caído las hordas de tribunales del “buenismo” y estaba cantando en el chorus line de Chicago, el musical, como una de las presas.

Solo un valiente ha sido capaz de pronunciar una frase: "Camarero, ¿puede decirle al señor del fondo que baje la voz?"

El camarero no ha ido. Mi amiga estaba en jarras a la vera del vocinglero diciéndole: “Soy amiga de tu mujer, ¿bajas la voz o se lo contamos todo ahora mismo?”

A mí me ha parecido un chantaje del demonio. Pero ha dado resultado. “¿Lo conoces?”, le he preguntado cuando ha vuelto a la mesa. Y ha acariciado a mi perra como si fuera la mala de la película. Silencio.