Extraño país éste donde casi nada y casi nadie son lo que parece. Yo aprecio y respeto mucho a Cayetano Martínez de Irujo, duque de Arjona, conde de Salvatierra y de los pocos hijos de la difunta duquesa de Alba que trabajan para vivir. Le conocí en una fiesta en casa de la gentil Paloma Segrelles. Hace poco le volví a encontrar también allí. Le acompañaba su novia, Bárbara, muy guapa y muy joven, sí -¿qué pasa?-, pero también muy inteligente, muy estudiosa y de origen libanés. ¿Tendrá eso algo que ver con la creciente, o mejor dicho crecientemente pública, sensibilidad acreditada por su novio ante las víctimas de la guerra de Siria, algo así como la pesadilla de la guerra de Bosnia vuelta a revivir bomba a bomba, muerto a muerto, cobardía a cobardía (esa la ponemos nosotros, como siempre)? Lo cierto es que este aristócrata que una vez tuvo que pedir perdón por criticar la ética laboral de los jornaleros tiene acogidas en su finca a dos familias de refugiados sirios no desde ayer sino desde hace años. No es lo mismo dar trigo que predicar…

Me manda Cayetano un texto pidiendo acabar con la alegre impunidad con que el ángel de la muerte campa por Alepo y otros pagos de la desdicha. Vaya por delante que mi visión de este conflicto no coincide al cien por cien con la expresada por el Alba. Por ejemplo, él tiene clarísimo que hay que acabar con Asad. Yo no estoy para nada segura. No confío en los rebeldes al régimen y las primaveras que no son de Vivaldi me dan más miedo que un nublado. Otra cosa es que no me dé también mucho asco, un asco completo y profundo, un tsunami de náusea devoradora, la pachorra con la que desde aquí miramos lo que pasa allí.

Me quedo con esta frase de Cayetano: "La impunidad no aumenta para los sirios, aumenta globalmente. Al permitir la comunidad internacional que se violen continuamente líneas rojas sin que haya castigo por ello, todos perdemos. Ya no hay mecanismos de protección de civiles, ni distinción entre civiles y combatientes, ni condenas ante crímenes que se ceban en los niños. Eso envía un mensaje muy peligroso a todos los dictadores y a la ciudadanía del mundo: se puede llegar tan lejos como se ha llegado en Siria y no ocurre nada, nadie es juzgado…"

¿Queda alguien ahí afuera que se haya leído, pongamos, Los gozos y las sombras? Me refiero a la espléndida novela de Gonzalo Torrente Ballester que entre otras cosas sitúa en la Galicia profunda el choque de trenes entre la declinante nobleza de toda la vida y la burguesía emergente y brutal. En un momento dado de la novela, un barco de pescadores está a punto de irse a pique. El nuevo rico se encoge de hombros: está en el sino de los pobres ahogarse en masa alguna vez. Hasta que la vieja señora casi casi feudal se levanta no me acuerdo si de la cama o de la silla de ruedas para ir a leerle la cartilla, acojonarle vivo y obligarle a sufragar el rescate. Poder antiguo irguiéndose en toda su majestad, en toda su razón, para sacarle los colores al miserable poder nuevo. Aristoi.