Institucionalizado el derecho a sentirse (ofendido, mujer, chino, alto, lo que sea) como el principal y más sacrosanto de todos los que asisten a los ciudadanos en una democracia, era cuestión de tiempo que un ciudadano cualquiera hiciera uso de ese derecho para atizarle con él en la cabeza a otro ciudadano cualquiera. Ocurrió en Tarragona. El restaurante vegano El Vergel prohibió a una madre dar el biberón de leche a su bebé con el argumento de que las vacas “son violadas (sic) durante toda su vida para tener bebés que son robados y descuartizados para que los humanos les arrebatemos la leche que era para ellos”. 
Resulta pintoresca esta comunión de intereses entre el animalismo y la ideología de género. Porque la discriminación, la represión y la invisibilización sí va por barrios en el reino animal y afecta de una manera mayor a los machos que a las hembras. Entiendo, por ejemplo, que los “bebés” de vaca “robados y descuartizados” son los machos, que no dan leche, mientras que las hembras son indultadas para que puedan convertirse en nuevas productoras. 
También la mayoría de los experimentos biomédicos en laboratorios en los que se testan nuevos medicamentos o tratamientos clínicos son llevados a cabo preferentemente en animales macho. La proporción en esos estudios es de 5.5 machos por cada hembra. Lo digo por situar el debate en los términos correctos. 
Lo cual nos lleva, como quien no quiere la cosa, a una conclusión inquietante. Lo explica la periodista Claire Lehman en este artículo de la revista Commentary. Incluso cuando se estudian enfermedades que afectan preferentemente a las mujeres, sólo el 12% de los animales escogidos para la experimentación en laboratorio son hembras. El motivo es el celo. Porque hasta hace relativamente poco tiempo, la investigación biomédica partía de dos suposiciones.
La primera es que los ciclos del celo en las hembras provocan distorsiones en los resultados de los estudios. La segunda, que las diferencias biológicas entre hombres y mujeres son prácticamente inexistentes y que lo que vale para un hombre valdrá también para una mujer. La primera suposición puede o no ser cierta y puede serlo en mayor o menor grado dependiendo del medicamento o del tratamiento testado. Pero la segunda suposición, defendida por la ideología de género, es falsa. 
Esa creencia, que por otro lado ha acabado por convertirse en el principio rector de muchas de las decisiones políticas adoptadas por gobiernos teóricamente laicos, mata. Como dice Lehman: “Se está librando una batalla de resistencia entre aquellos científicos que estudian las diferencias entre sexos y los activistas que se oponen a esos estudios. Esta batalla ha tenido consecuencias terribles. En concreto, la minimización de las diferencias entre sexos en el terreno de la salud y la medicina ha tenido consecuencias de gran envergadura y, a menudo, fatales. Especialmente para las mujeres”. 
Un ejemplo citado por Lehman. En 2013, la Food and Drug Administration americana redujo a la mitad la dosis diaria recomendada de la píldora para el sueño Ambien. Pero sólo para las mujeres. Hacía veinte años que se sabía que las mujeres metabolizan el zolpidem, el principal ingrediente activo del Ambien, más lentamente que los hombres. De hecho, el zolpidem multiplica por cinco el riesgo de muerte prematura de aquellos que toman la pastilla y se considera una de las drogas más utilizadas por los depredadores sexuales junto con la escopolamina (más conocida como burundanga).  
Pero la advertencia de que la dosis recomendada para hombres y mujeres debía ser diferente llegó tarde. Aunque las causas exactas de muchas muertes son difíciles de determinar, se calcula que a lo largo de las últimas décadas se han producido unas 500.000 en total en los EE.UU. relacionadas con el zolpidem, principalmente por accidentes de tráfico, caídas y sobredosis accidentales. Con el tiempo, la Food and Drug Administration pidió reducir la dosis diaria recomendada también a los hombres. 
Tras décadas de estudio no se ha demostrado que el derecho a sentirse tenga absolutamente ninguna incidencia en la realidad. Dicho de otra manera: las dosis recomendadas de un medicamento cualquiera las determina el sexo biológico, no el género. Sin embargo, obviar por motivos ideológicos esta evidencia (para la que por otro lado no se requiere la carrera de medicina sino apenas un poco de sentido común) sí tiene influencia en la realidad