Cucos de vario jaez transitan el tobogán. Fíjate en ese grupo. En otras circunstancias serían los "cesantes" de la literatura rusa, obsesionados, amasando rencor, siempre a punto de sentirse ofendidos. ¿Cómo quieres que te lo cuente? Están los zurupetos, que no aportan título ni oposición ni nada, pero afirman naderías solemnes. Aves a por alpiste. Ocupan hábitats singulares: exposiciones malintencionadas, emisoras inexplicables, observatorios de la nada, lugares escalofriantes que no deberían existir. Coloquen a un joven despierto en un ente autorizado a perder dinero y pronto, si no huye, se malogra; su voz acusará el hastío, el a ver si acabamos. ¡Ya se desliza por el tobogán! ¡Adiós!

Los hay vocacionales. En vez de hacer lo que deben, trepan la escalera del chollete excitados por cargos improbables. Luego todo es caída y soberbia. ¡Qué vida muelle se prometían! Paparruchas. No habrá holgura, de acuerdo, pero tampoco habrá que pensar ni que atreverse a nada. Bajan unos agitando las manos, enseñando los dientes, celebrando la caída del átomo de Demócrito. Descienden otros decúbito supino para coger velocidad, como en el luge, tomando la decadencia por un deporte de invierno. Aquí mantienen una cierta contención, como si fuera posible olvidar que viajan sobre un tobogán demencial e ignominioso. Es el vacío que aguarda a los espabilados: "Mi yerno vale mucho".

Ocasos precoces que pudieron haberse soslayado acudiendo a la Epístola moral a Fabio. Hay quien desciende flojo, por la mera gravedad, luciendo una expresión que son las ruinas del entusiasmo. De lejos, me ha parecido que llevaban caretas cogidas con una goma. Así son. Sus otrora sagaces comentarios sucumbieron al tiempo y a las diputaciones, cuyas arenas movedizas se tragan las promesas a una velocidad sólo comparable al fórum aquel de las culturas. ¡Pero qué os habrá hecho la cultura! Mantenerse agudo no es fácil, degeneramos, qué le vamos a hacer.

Steve Jobs, cuyos ingenios acaso nos asombrarían aún si hubiera podido leer aquí las piezas de Brais Cedeira, que desenmascaran a los curanderos chupacuentas, instó a los graduados de Stanford a mantenerse hambrientos y alocados. Insaciables e intrépidos, propongo como mejor traducción. Pues bien, antes de perder el hilo del todo, como un columnista de los ochenta, resumiré: el gran dilema político de nuestra era, la verdadera disyuntiva, ya no es entre cañones y mantequilla sino entre ideas y alpiste. El ánimo plebeyo y abatido / elija, en sus intentos temeroso, / primero estar suspenso que caído.