“A por ellos”.

“Adelante y a ganar”.

“El futuro es nuestro”.

“España, España, España”.

“Queremos un Gobierno que gobierne de cara a su pueblo, que le traslade un mensaje de ilusión y esperanza para recomponer una España maltrecha y abandonada por la derecha”.

Susana Díaz, ahora ya sí candidata a la secretaría general de los socialistas, tenía poco más de ocho años cuando Felipe González dijo todo esto y mucho más un 26 de octubre de 1982, dos días antes de que empezara todo para el PSOE de nuestra existencia. Fue en el último mitin de aquella campaña electoral triunfante, en la Ciudad Universitaria de Madrid, delante de medio millón de personas –sí, medio millón– entregadas a la causa y deseosas de hacer realidad esa esperanza de democracia real y amaneceres luminosos con los que el dibujante José Ramón Sánchez reventó las paredes de España en nombre de ese “cambio” que nos prometía el Partido Socialista Obrero Español. Yo estuve allí, recuerdo vívidamente, partícipe de un espejismo colectivo que parecía no tener fin.

Han pasado desde entonces 34 años y cinco meses. Alrededor de 12.560 días de historia oficial socialista que se dieron cita este pasado domingo, todos muy juntitos, para arropar a la última de una especie que nació bajo el manto divino de una chaqueta de pana de esas que Felipe González ya se había quitado cuando aterrizó en Moncloa.

Ha caído lo suyo desde entonces con 20 años y un mes de gobiernos socialistas: chuzos a espuertas, roldanes de punta, pedrisco, razones de Estado, riadas, fondos reservados, torrenteras, filesas, aguaceros, Lasas y Zabalas, ventiscas, eres y cursos de formación, riadas, hostias como panes –cuando no tsunamis o terremotos– que se han ido llevando por delante, año tras año, día tras día, los amaneceres luminosos, las esperanzas ya truncadas y los espejismos que parecían no tener fin.

En el 82 era la democracia lo que todavía estaba en juego y ahora es el propio PSOE el que se juega no caer en la irrelevancia política. Pero lo que dijo Felipe aquel 26 de octubre lo dijo este domingo, palabra arriba palabra abajo, aquella muchacha que entonces tenía apenas ocho años; como si el tiempo se hubiera detenido, como si los años hubieran caído en saco roto, como si no hubieran aprendido de las leches que les ha dado la vida, como si el cielo no hubiera caído ya tantas veces sobre sus cabezas: “Te acuerdas Obélix, te acuerdas”.

La necesidad imperiosa les ha hecho sacar el circo del trastero y a los payasos del geriátrico para que nadie les arrebate lo que creen suyo. Han vuelto a unir a los que se odian, se han dado la mano los que se desprecian, se han abrazado los que se apuñalarían por la espalda y se han besado los que a buen seguro se escupirían; han tenido que echar mano de policías y ladrones, de perdedores, de fracasados contumaces que, por unas horas, tuvieron que poner su mejor cara “por el partido y por España”.

Oír a Susana es como volver a ver una película ya vista pero también ver en acción una fuerza de la naturaleza cuando tiene un micrófono a su vera. Su verbo caliente, sanguíneo y poderoso, su cercanía algo impostada pero efectista, su farfolla, su acento personal e intransferible, sus guiños al compadreo y la pasión que transmite excita y enerva a los suyos como lo hacía el mejor Felipe González cuando todavía era un tipo de fiar, pero a diferencia de éste la presidenta andaluza no consigue que por ahora anden a la par su pompa y su circunstancia.

Demostraciones de poderío como la del domingo acarrean un indudable peligro: que aun teniendo a todos los generales de tu parte, al final sean los descamisados los que se lleven la cartera. Si así fuera, si Pedro Sánchez lograra imponerse a su compañera en estas primarias cainitas –Patxi López acabará pactando con uno de los dos o con ambos–, no solo deberíamos escribir el obituario político de la propia Susana Díaz sino que habría que devolver el circo al trastero, los payasos al geriátrico y enviar a este finiquitado PSOE al tanatorio.

¡Qué pena! Con lo necesitados que andamos los españoles de que alguien nos libre de una vez por todas de este gobierno de horca y cuchillo.