Acabas de cumplir tu primer día en la cárcel. Supongo que hay que estar ahí, encerrado entre cuatro paredes, lejos de tu familia y sin esperanza de salir en mucho tiempo, para darse cuenta de verdad de lo que supone entrar en prisión.

La única vez que nos vimos y hablamos de Gürtel me dijiste que lo peor que te había pasado era ver cómo te daban la espalda personas que consideraste en algún momento tus amigos. Y te brillaron los ojos.

Entiendo que ganar concursos amañados de la Administración, machacar a otras empresas que compiten honradamente por esos contratos y llenarte los bolsillos con dinero del contribuyente es un delito que merece una sanción severa. Pero, y ahora voy a ser políticamente incorrecto, me parece una barbaridad que a alguien le puedan meter trece años en la trena por eso.

Hay pocas fechorías tan detestables como la corrupción, porque actúa como una carcoma social que al final hace tambalearse todo el sistema. España ha dado muchas zancadas en los últimos años para parecerse a Italia, el país donde el desprestigio de la clase dirigente es más alto. Dicho lo cual, equiparar la malversación y el cohecho con el homicidio creo que es un disparate.

Le he oído decir al juez Gómez de Liaño que en España soplan vientos de patíbulo. Tiene razón. Hay en el ambiente ganas de linchar. Y comprendo que así sea. Resulta muy duro sufrir escasez y penalidades mientras compruebas a diario que hay quien vive holgadamente a costa de traicionar sus obligaciones abusando de una posición de privilegio. Y hemos estrenado este 2017 con cerca de 1.400 políticos imputados.

Ahora bien, lo terrible es cuando esa atmósfera de la calle impregna los tribunales y engendra populismo judicial. No llego a entender, Álvaro, cómo has ido de cabeza a la celda por beneficiarte de unos contratos fraudulentos cuando quienes os abrieron las arcas públicas y cobraron por hacerlo siguen durmiendo en sus casas. Tú, precisamente, que ni tienes cuentas en Suiza ni millones ocultos en paraísos fiscales.

Tampoco entiendo cómo sin haber sentencia firme se ordena tu ingreso inmediato en prisión y se descartan medidas alternativas que sí se han aplicado a los políticos; he ahí la fianza o la obligación de comparecer periódicamente en el juzgado. Bastante condena supone llevar siete largos años siendo un apestado para la sociedad, sin poder trabajar -¿quién va a darte trabajo?-, siendo carnaza de tertulia y ocultándole las lágrimas a tus dos hijos.

Hoy he querido odiar el delito y compadecer al delincuente, Álvaro, porque creo que la Justicia lo es de verdad cuando renuncia a ser ejemplarizante.