Han pasado dos años desde aquel mitin de Pablo Iglesias en Valencia en el que vaticinó el principio del fin de Rajoy. "Vamos a mandarle un mensaje", dijo con vehemencia a sus seguidores. "¡Tic-tac, tic-tac, tic-tac! ¡Empieza la cuenta atrás para Mariano Rajoy!".

Transcurrido este tiempo, podemos asegurar ya sin temor a equivocarnos que entre las virtudes de Iglesias no se encuentra el don de la adivinación. Rajoy ha iniciado su segunda legislatura sin mayores sobresaltos y este sábado será nuevamente elevado a los altares del PP.

En cambio, el partido de la alegría y el "vamos a sonreír", el partido "sexy", el partido que había logrado en cuatro días que el miedo cambiara "de bando", llega a su congreso de Vistalegre hecho trizas.

A muchos de los que creyeron a pies juntillas a Iglesias cuando dijo que los periodistas manipulaban la información en contra de Podemos para "prosperar" en sus medios, quizás les hayan entrado las dudas después de escuchar a Luis Alegre o a Carlos Fernández Liria. Ninguno de los dos se dedica al periodismo y ambos son viejos amigos de Iglesias. Aun así, el primero ha tachado a sus colaboradores de "grupo de conspiradores"; el otro, de "pandilla de burócratas intransigentes".

No hace tanto que Iglesias se revolvía en público cada vez que creía escuchar críticas a Errejón: "Cuando tocan a Errejón me están tocando a mí". Qué cosas: ahora intenta quitárselo de encima enviándolo a la siberiana política municipal.

Alguna vez ha contado Iglesias cómo conoció a Errejón. Lo ha hecho con una épica que recuerda el relato del primer encuentro entre Lennon y McCartney. Estaban los dos en la cafetería de la Facultad, y a Iglesias le llamó la atención que Errejón endulzase el trozo de pan que estaba comiendo con el contenido de un sobre de azúcar. Y comenzaron a hablar.

El diálogo se ha roto. Ya no hay azúcar. Y ahora el tictac puede estar sonando para Podemos.