Decía Einstein que no pensaba nunca en el futuro porque llegaba muy pronto. Y que lo diga, maestro. Escribo este artículo con cuarenta y seis años en un ordenador que da síntomas de obsolescencia programada. El ordenador, no yo. Se queda a veces atrapado en su mundo, se atasca cuando intenta abrirse, parpadea con no sé qué intención, da vueltas al reloj y se apaga cuando está cansado. El ordenador, no yo. Insisto. Lo mismo le pasa al móvil, al cargador y a la plancha. La de mi madre ha durado veinte años. Ahora todo caduca muy pronto, también las modas, las redes sociales y los amantes.

El futuro, parafraseando a Einstein, se acelera que es una barbaridad. El aquí y el ahora que dicen los coaches; la vida está llena de presentes, que dicen en los manuales de autoayuda; el “vive el hoy” y todos esos bla bla bla herederos de Paulo Coelho y de MrWonderful.

Tan pendientes del futuro y de sus asuntos triviales, que el día menos pensado todo es pasado. Hasta ese porvenir que te parecía lejanísimo.

Mi padre siempre estuvo preocupado del futuro, pendiente de los años que vendrán. El futuro llegó y le pilló con las manos manchadas de grasa del coche. El futuro es hoy. Y seguramente habría hecho otras cosas si no hubiera estado tan pegado al miedo del futuro. También mi madre. Les metían miedo. Estoy convencido de que les decían que tuvieran cuidado con el hoy, que no hicieran aventuras, que no se dejaran llevar por la vida. Les decían que había que ahorrar, no sólo dinero, también emociones. Y así han pasado la vida. Día a día escondiendo para el mañana. Y ese ha sido el peor ahorro, que se pase la vida y no hayas consumido los “te quieros” que te dan en la casilla de inicio. Ahora es un poco tarde, pasa la vida y se quedan todos atascados en alguna zona entre cuello y pecho. En ese espacio se duermen, que no se olvidan. Pero te has hecho mayor y ya no hay manera de sacarlos de allí dentro.

El futuro viene tan rápido que crees que un día habrá tiempo para lo que tenías en tu cabeza. Maduró tanto que se pudrió. Cayó el árbol de las ilusiones. Plaf. Al suelo. Esperar no sirve. No siempre hay que esperar. Nos han repetido tantas veces lo del tren que nos hemos subido a cualquier autobús. Y así andamos. Con las suelas gastadas y el billete de metro en la mano.

También nosotros tenemos obsolescencia programada. Se nos atascan las rodillas a cierta edad, se nos olvidan algunos nombres y tenemos sueño en horas de fiesta. Así que, más te quieros. Más osadía. Más sexo. Más besos. Más llamadas. Más perdón. Más “¿quedamos?”. Más vivas. Más oles. Más carne. Más música. Más audacia. Más insolencia. Más riesgo. Más determinación. Más cariño. Más ternura. Más sentimiento. Más querer. Que el día menos pensado llega… el futuro. Y te pilla con las manos manchadas de grasa.