A veces me pregunto si en el fondo fue tan buena idea esto de pegar patada a la alfombra, tirar de la manta y dejar panza arriba toda la corrupción que nos embarga. O embargaba. Sabemos ahora con minucioso y doloroso detalle, ay, cuánto y cuántos se lo llevaban todo muerto. Y nos sube por la garganta un coraje y una bilis… Y se nos pone una masiva cara de tontos…

Salimos del festival de listocracia de los últimos años y salimos con la nariz de payaso blanca de los tartazos que uno tras otro nos han ido estrellando, pinchando burbuja tras burbuja. Piñata económica tras piñata económica. Pero qué poco dura la alegría en la clase media: resulta que la corrupción se acaba, que a los corruptos los juzgan y hasta sojuzgan, pero a nosotros, a los de abajo, a la tropa, ¿quién nos devuelve lo bailao? Yo desde luego no he vuelto a ver un duro, no ya de lo robado por Bárcenas, por el otro o por el de la moto… sino de todo lo que a lo largo de estos años nos han ido quitando implacablemente del sueldo, de la pensión, del poder adquisitivo, etc., con la excusa de que se acabó la juerga y había que pagar no sé cuántos platos rotos.

Perdonen si estaba despistada y me he perdido algo. Yo es que me siento un poco como Cristina de Habsburgo, la última esposa de Alfonso XII, cuando (según la leyenda y según Claudio Sánchez Albornoz), estando el rey ya muriéndose, va y le suelta a la reina: “Cristinita, guarda el coño, y de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas”. Planazo, ¿eh? ¿Que por qué me siento así? Pues porque tengo la creciente, desagradabilísima impresión, de que cuando todos los grandes y medianos de España afanaban, y cómo, a la gente menuda procuraban echarnos algunas migajas de pan casi del día, algún hueso con olor a caldo, algo remotamente parecido a un premio de consolación. Para trincar ellos a gusto procuraban que estuviéramos todos los demás medio contentos, con los bolsillos medio llenos de ilusión. Era un mundo radicalmente indecente pero más generoso. Robaba y dejaba vivir.

Ahora a los listos les han parado los pies pero eso a los tontos no sólo no nos cunde lo más mínimo, no sólo no nos resuelve nada, sino que, como la Caperucita del cuento, hay que andarse con cuidado de que el mismo lobo que ya se ha merendado a la abuela no pretenda cenársete a ti. Hacienda tiene los ojos cada vez más grandes, los dientes cada vez más largos... Y como lo suyo es legal, como no tiene que enharinarse la pata ni untar la buena voluntad de nadie, pues nada, a recaudar a lo bestia y a palo seco. Y ni le preguntes para qué quieren tanto dinero, qué hacen a fin de cuentas con él.

En fin, que como Cristinita vamos de Bárcenas a Montoro y de Montoro a Bárcenas… y lo peor es tener que guardar el coño encima, no sea que el día menos pensado se les ocurra gravarlo también…