El anuncio de restricciones al uso del coche privado en Madrid como consecuencia de la contaminación ha disparado las alarmas en el búnker de la intelligentsia conservadora, que en lugar de señalar la boina que cubre la ciudad ha corrido a coger número para despellejar a la alcaldesa.

En el imaginario de la caverna, Manuela Carmena es la "cirujana de hierro" que viene a hacer ingeniería social, la malvada de serie B que trata de lobotomizar a los madrileños para arrastrarlos al lado oscuro, y sus medidas anticoches, cómo no, atacan lo más esencial del ser humano: la libertad. Queda claro que prefieren seguir tragando mierda por los pulmones.

Recuerdo una polémica un tanto similar, siquiera por los humos: la prohibición de fumar en espacios públicos. Se acusó entonces a Zapatero de traer poco menos que la ruina a la hostelería pero, sobre todo, de poner en la picota derechos inalienables de la persona. Aquello parecía el acabose. Hoy da gusto salir de cualquier local sin dar la sensación de llevar pegado a la ropa el alquitrán de un par de cajetillas.

A la derecha se le cae Europa de la boca de tanto mentarla cuando toca afear algunos de los vicios patrios. ¡Qué empacho hemos sufrido este año con la grosse koalition! Pero qué pronto olvida que Madrid lleva seis años incumpliendo los niveles máximos de contaminación fijados por la Unión Europea.

En circunstancias parecidas a las de Madrid, París, Londres, Roma o Bruselas han tomado medidas aún más drásticas que las de Carmena sin que los poderes fácticos hayan tratado de ridiculizar a sus abnegados servidores públicos ni los ciudadanos hayan sentido ultrajados sus derechos fundamentales.

Con la contaminación podemos hacer lo mismo que con el cambio climático: fiarnos del primo de Rajoy y de Trump, o empezar a tomarnos en serio el asunto. Me preocupa que haya quien reivindica la boina como hecho diferencial. La de Madrid es gris tirando a negra.