Me cuenta un amigo que estas navidades le han regalado unos zapatos de marca, de esos que llevan los auditores y consultores que siempre van con traje y que son muy pijos y cuestan una pasta. Pero que cuando los quiso estrenar se llevó un chasco del copón al darse cuenta de que, como la vida misma, no eran lo que parecían: las lengüetas de ambos estaban rayadas y pegadas, las dos hebillas de cada zapato parecían roñosas, el negro de la piel brillaba enormemente pero como si fuera de plástico, las suelas se asemejaban más al cartón que a otra cosa, y lo mejor y más sorprendente de todo es que en ellas podía leerse, grabado a fuego me cuenta, Made in Espain.

-¿Espain?, le pregunto.

-¡Espain!, me confirma.

Reconoce mi amigo que cuando leyó lo de Espain –tuvo que hacerlo dos veces porque no daba crédito– pensó rápidamente que sus zapatos eran una vulgar copia de los originales que cuestan una pasta y son muy pijos. Y yo le dije que a lo mejor quien se los regaló los había debido comprar en uno de esos chinos que podemos encontrar en todas las esquinas del país.

-¿Los chinos también dan ticket regalo cuando compras una copia en sus establecimientos? –me pregunta muy serio.

-¿Ticket regalo?

-Si, ticket regalo.

-Creo que no, la verdad; su grado de profesionalidad y servicio al cliente todavía no da para tanto, –le respondo.

-Puestos estos zapatos venían con ticket regalo, –me dice a la vez que me muestra el susodicho papelito.

Tengo que reconocer que me sorprendí al ver en el ticket regalo una reconocida marca de zapatos con nombre y apellido, de esas que aparece tanto el uno como el otro en las cajas y en las bolsas que los transportan. Lo cierto es que las lengüetas rayadas y pegadas, las hebillas roñosas, la piel que brillaba como si fuera de plástico, las suelas de cartón y el Made in Espain no eran cosa de chinos sino de españoles.

Armado con el ticket regalo, mi amigo se dirigió a la tienda en cuestión con la firme intención de montar el pollo si no le devolvían el dinero ya que no quería otros zapatos confeccionados en un desconocido país llamado Espain. Pero no fue necesario montar alboroto. Las dulces dependientas pusieron alguna traba cuando les mostró las lengüetas, las hebillas y las suelas –“no es para tanto, ya sabe lo que son estas fechas, el ajetreo, las compras de últimas hora… pero se puede llevar otros zapatos con total garantía y seguridad, bla, bla, bla…– pero se quedaron atónitas y ya sin palabras con el Made in Espain, que mi amigo se había guardado para el final.

-Un poco raro esto de Espain, ¿no les parece? –les espetó.

-La verdad es que nunca nos había pasado algo así, –respondieron las atribuladas dependientas.

-Me da muy mala espina este Espain, es como si me hubieran querido colar una copia de los chinos.

-Le podemos asegurar que todos nuestros zapatos son de la mejor calidad y se hacen a mano en un pueblo de Toledo.

-Pues Toledo no está en Espain, –sentenció mi amigo.

No solamente aceptaron devolverle inmediatamente el importe, sino que además pasaron del recibo de la tarjeta de crédito con la que se habían pagado –y que habían exigido antes de lo del Espain– y le dieron la pasta en mano y sin rechistar.

Trato de convencer a mi amigo para que, documentado con las fotos que hizo de los sospechosos zapatos, presente la oportuna denuncia ante la asociación de consumidores.