En estos angustiosos tiempos en los que te puede engullir un camión mientras compras un regalo de Navidad en un mercadillo berlinés; tiempos en los que tirotean a embajadores en actos aparentemente inocentes; tiempos en los que el mundo observa, más acongojado aún que expectante, el aparatoso desembarco de Trump en su recién logrado trono de liderazgo mundial; en estos tiempos extraños, resbaladizos, lo que verdaderamente hace falta es un milagro desesperado. O Literatura; más que nunca, buena Literatura.

Entre las tragedias que sacuden al mundo destacan las globales, como la que sucede en Alepo –de la cual todos tenemos un poco de culpa, aunque sea por omisión-, y las locales, las que le ocurren al vecino del tercero. Ese vecino que, a veces, es uno mismo.
Para tolerar la crudeza invernal de esta realidad extrema y agria lo único que funciona, más allá de lanzarte –feliz- desde un quinto piso o leer –atormentado- el enésimo libro de autoyuda, es que nos invada la ficción. Sin miedo y con responsabilidad, ficciones con su alma reparadora, con su lógica imaginaria, custodiando la existencia y respetando las fronteras –borrosas, innecesarias-, entre lo que es verdad y lo que no lo es. ¿Quién puede distinguirlo, de todos modos?

Esas ficciones que engordan la capacidad neuronal y ensanchan el volumen emocional; ésas que permanecen intactas, o casi intactas, muchos años después de haber ofrecido una última página sublime; ésas que brotan de una mente desbordada de talento y de compromiso con el trabajo. Ésas que crean, esforzadas e incansables, las leyendas de la creación.

Muchas de ellas habitan el Desperate Literature, la Shakespeare & Company madrileña. Algunas décadas atrás, en la librería parisina se podía ver a Hemingway, a Pound, a Fitzgerald o a Joyce. También, hace poco más de medio siglo, en ocasiones pernoctaban figuras de la generación beat como Kerouac o Ginsberg. Incluso presentó allí su libro Jesse –Ethan Hawke-, el que idealizaba su relación con Céline –Julie Delpy-, en la deliciosa Before Sunset de Richard Linklater.

El número 13 de la calle Campomanes no tiene al Sena enfrente, ni a Notre-Dame a la distancia de unos cuantos (hermosos) pasos. Pero sobrevuela a su alrededor un aire similar al que se respira en la que tal vez sea la librería más famosa del mundo.

Allí se congregan, una tras otra, las mejores historias, ésas que tanto necesita hoy el mundo. Shostakóvich afirmó que un artista creativo se pone a trabajar en la siguiente composición porque no se ha quedado satisfecho con la anterior. Puede que el genio ruso tenga razón y no sea la ambición de crear algo mejor, sino la insatisfacción de que la última obra no ha sido perfecta, lo que impulsa a los grandes de todas las artes a perseverar, para nuestra felicidad, en sus búsquedas. También puede que ni la ambición ni la satisfacción realmente existan, y sean dos caras de una misma y poliédrica ficción.

La Literatura -¿será ésta la única verdad?- se arma con buenas historias bien contadas: no es más difícil que eso, tampoco más fácil. Pero es, sobre todo, más que ninguna otra cosa, un milagro desesperado.