El amor es la pasión más peligrosa. En el París, Texas de Win Wenders hay una escena atroz. Un reencuentro doloroso en la cabina de un peep show en el que dos se cuentan una historia de amor, que es la suya propia y que termina con una caravana incendiada y una mujer a la fuga con su hijo. “Cuando ella le contó sus sueños, él la creyó. Sabía que tenía que pararla o le dejaría para siempre. Así que ató una campanilla a su tobillo para poder oírla por si se levantaba de la cama por la noche”. Es ese amor desatado y trágico que profesan en Podemos y que vivirá en Vistalegre una catarsis de un romanticismo tal que quizás lo mejor sea tapiar puertas y ventanas.

Partidos como Podemos pretenden conjurar el miedo que provocan con corazoncitos, sonrisas y arcoíris. Y no se dan cuenta de que precisamente lo que más miedo provoca de ellos son los corazoncitos, las sonrisas y los arcoíris. Es un temor con denominación clínica, coulrofobia, y que tiene su raíz en un hórrido contraste ¿Por qué dan miedo los payasos? Porque un adulto así vestido tiene que estar tramando algo turbio. Así, las campañas de Podemos tienen la estética de una gira de Pennywise, con esa fanfarria melosa y ese cariño asfixiante. Y obligatorio.

Porque Podemos forma parte de una vetusta tradición de partidos que no sólo quieren que los votes sino que exigen que los ames. Y que te sientes en el suelo con sus líderes y que los beses bajo el muérdago y que seas cómplice de sus sarcasmos sobre periodistas y que les abraces después de que te hayan “hecho una autocrítica” y que camines con ellos hacia las “nuevas verdades” con una lealtad más de amante que de militante. Porque eso es la politización, levantarle los diques a la política, dejar que invada hasta la esfera más íntima y hablar de amor mientras otros hablan de cómo cuadrar el presupuesto y de otras bagatelas democráticas.

Pablo Iglesias le envió a Íñigo Errejón una carta pública escrita con una prosa de un paternalismo perfectamente reconocible y con una despedida memorable que permite anticipar que al número dos de la formación lo van a matar de amor: “Cuidemos el debate, Íñigo, para que, con acuerdo o sin acuerdo, podamos siempre decirnos amigo, hermano, compañero”.

Después de Vistalegre II, Iglesias verá el documental de León de Aranoa y pensará en lo precioso de los días sin mácula, del inolvidable primer encuentro amoroso (ay…) y de cómo han podido degenerar desde entonces, de cómo han malversado aquel cariño, de cómo se han degradado hasta la disidencia traicionándolo todo en su viaje disparatado.

El arrepentimiento no es suficiente en la tradición política de la que es heredero Iglesias, ni la confesión. Sólo hay redención en el amor. En un amor salvaje, brutal, desquiciado, severo, incomprendido, que siempre termina con una caravana ardiendo y con alguien en fuga.

La redención sólo es posible tras una batalla con uno mismo que conduzca a la conclusión inevitable: Se había vencido a sí mismo. Amaba a Pablo Iglesias.