En una céntrica calle de Murcia, un portero de discoteca propina un salvaje puñetazo a un joven de 28 años y le rompe el cráneo. Habían discutido por unas copas caídas en el suelo. Nada más. El chico está en coma.

En Alicante, a plena luz del día, un hombre responde con insultos y un bofetón a un youtuber de 20 años que le intentaba gastar una broma con cámara oculta. El chico ha borrado su canal.

Un centenar de independentistas lanzan objetos contra la casa cuartel de la Guardia Civil en Manresa entre insultos y amenazas a los agentes y a sus familias que están dentro, mientras queman fotos de Felipe VI.

Nadie ha salido en defensa del matón de discoteca, un búlgaro para quien el juez acaba de decretar prisión sin fianza.

En cambio hay un gran debate dentro y fuera de las redes sociales acerca de si el bromista merecía el tortazo. Muchos creen que se lo buscó por divertirse a costa de tomar el pelo a la gente. No pocos destacan la condición de sufrido proletario del agresor para justificar su reacción. El joven lo había molestado llamándole "caraanchoa" cuando andaba agobiado en plena faena.    

En Cataluña, miles se congratulan por la ofensiva contra la Guardia Civil, a la que consideran una fuerza de ocupación española. Tanto Convergència, como Esquerra Republicana o la CUP han pedido que la Benemérita abandone la ciudad.

¿Cuándo está justificada la violencia? En unos casos se condena sin paliativos y en otros se recurre a argumentos ideológicos con que disculparla.

¿Es peor un puñetazo por una discusión sin importancia que lanzar objetos contra un edificio público para reivindicar la independencia?

Lo chocante es que quien azuza o defiende hechos así luego se compare con Gandhi, con Mandela o con Luther King. Desconozco si la expresión "caraanchoa" tiene traducción al catalán. Pero si no la tiene, habría que inventarla.