Una condición previa de la democracia es la que permite que el pueblo reciba la enseñanza necesaria para ejercer su voluntad de manera óptima, es decir, sin perjudicar. Sólo cuando tal condición se cumple, el pueblo enseñado puede participar en el proceso de democratización.

Sin la existencia de tal condición, el sujeto se despista, pierde las pistas; ya no es un fin en sí mismo y deja de formar parte de un proceso que nos pertenece a todos, convirtiendo la democracia en una unidad muerta, lo más parecido a un cadáver dispuesto para la rapiña.

Porque con políticas económicas donde la clase dominante estrecha sus relaciones mediante la actividad crediticia a cuenta del gasto público, se arrasa no sólo el planeta, sino la bolsa y el sustento. Todo esto viene al caso por la proliferación de instituciones de las llamadas de orientación liberal. Cursos por entregas que difunden los principios nocivos de un dogma que nos ha traído estos finales.

En los citados cursos se manejan de carrerilla conceptos trampeados. Definiciones que las entendederas sanas rechazan desde el momento en que se pone el nombre de la solución para denominar al problema. Sin ir más lejos, ahí donde ponen la palabra liberalismo, la libertad no se ejerce de manera optima. Todo lo contrario. El hecho pensado con libertad viene a ser sinónimo de patente de corso para realizar -con total libertad- el robo público.

En las escuelas liberales tal apropiación es tratada como ciencia, aunque poco o nada tenga de ciencia una materia tan excasa de material como la que pretende forzar la realidad hasta adaptarla a la predicción balística y no al contrario. El asunto es mortal de necesidad pues la mayor parte de las decisiones que afectan a nuestro día a día, son robos y apropiaciones de lo público en beneficio de unas corporaciones privadas que deciden por nosotros.

Juan Ramón Rallo -que pertenece a una de estas escuelas de orientación liberal- el otro día nos salió con un tuit revelador, dando a entender que la educación no se mejora cuando es pública, obviando lo más elemental, es decir, que la condición previa de la democracia es la participación y que no hay participación sin enseñanza de la misma.

Por lo tanto, la educación o es pública y participativa o no existe y cuando esto ocurre, cuando no es pública, el sistema político forma parte del mismo mercado que ha puesto a Occidente en vías de subdesarrollo.