La emisión, con publicidad pasmosa, de las confesiones sottovoce del presidente Adolfo Suárez a la periodista Victoria Prego representa el enésimo intento fallido de reescribir la Transición. Ésta es otra de esas escaramuzas históricas que pretende cambiar el presente mediante la conquista del pasado y que, una vez analizada con detenimiento, no tiene otro interés que el de comprobar una vez más que la televisión es capaz de descubrir ante la audiencia sesenta veces la sopa de ajo sin que apenas se resienta la capacidad de asombro del espectador.

La cosa es que se han cumplido 40 años desde la aprobación de la Ley para la Reforma Política y es en este tipo de efemérides cuando los españoles nos dedicamos con más empeño a la estrafalaria tarea de impugnar nuestros triunfos. Para la nueva ola revisionista, que se parece mucho a la vieja, España sería como la anciana de la Lotería: con la complicidad de todo el pueblo lleva años de mariscada en el faro celebrando que le tocó el boleto de la democracia. Menos mal que llegan ahora los nietos para abrirle los ojos desde sus cuentas fake en Twitter. Por lo visto, oído y leído, los nietos ignoran quién es Torcuato Fernández-Miranda pero eso no afecta a lo esencial, que ya le será revelado a España mediante serigrafía en la camiseta del diputado Diego Cañamero.

La generación que está tomando el testigo, que es la mía, se está ganando a pulso el pasar a los libros de Historia como la que ha conseguido medir con mayor exactitud hasta qué punto es frívola la prosperidad. No es que no lo sospecháramos desde hace tiempo -la baronesa Thyssen nos había puesto sobre la pista cuando dijo aquello de “ser rico es muy difícil”- pero nunca habíamos tenido una evidencia tan sugerente como la imagen del joven Espinar firmando a los 21 años la compra de un piso con una mano y sujetando con la otra una pancarta en la que se declara parte de una juventud sin futuro.

En coincidencia con el aniversario de la ley que sentó las bases para que aquella nación mohosa se convirtiera en una democracia liberal, celebramos en el Congreso la apertura de la XII Legislatura. Y allí volvió a sonar el pasacalle español, con el bajo ostinato del desencanto. Esa es la forma del debate público español, la repetición constante con variaciones del tema del desencanto, cuyos compases vuelven a sonar una y otra vez mientras todo lo demás va cambiando.

España es una democracia frustrada. No porque haya dejado de serlo, que no lo ha dejado de ser, sino porque la frustración es el lugar de encuentro de los reaccionarios de derechas y de izquierdas. Y son legión.