Créanme o no me crean: hoy no tengo palabras. No es que no sepa qué decir, no es que no tenga qué contarles. Es que se me han quedado todas las palabras metidas en un puño, pequeñito y frágil, que por lo que sea no se deja abrir. No me deja abrir. Recuerdo de alguna gabrielgarciamarquezada o de alguna isabelallendada –relatos como barcos fantasma que a veces se cruzan en la bruma y se confunden…- la historia de una parturienta ansiosa de conocer el sexo de la criatura que esperaba. Tenía junto a la cama una flor cerrada que sólo en cuanto se abriese revelaría su color. Y según ese color fuese, lo por venir sería niño o niña. En un momento dado la mujer que pare, retorciéndose de dolor, abre la flor por las buenas o por las malas. Y se entera. Pues yo ni así. Mi corazón es mucho más inalcanzable, mucho más celoso de sus secretos que las más crudas flores del realismo mágico.

No tengo ganas ni fuerzas para hablar de ese señor que dicen que va a presidir los Estados Unidos ni de ningún político de aquí y aunque en las últimas horas me he enterado de cosas muy interesantes, como les decía, no puedo extenderme hoy sobre ellas. Hoy a duras penas soy yo.

Vamos a hacer una cosa. ¿Se han fijado ustedes en el nombre de esta columna, Un carnívoro cuchillo? Ya sé que no hace falta ser carnicero, ni cuchillero, ni un lince para reconocer el título de uno de los poemas más perturbadores de Miguel Hernández. Con su permiso se lo voy a reproducir entero hoy aquí:

Un carnívoro cuchillo

De ala dulce y homicida

Sostiene un vuelo y un brillo

Alrededor de mi vida

Rayo de metal crispado

Fulgentemente caído,

Picotea mi costado

Y hace en él un triste nido

(Tranquilos, me doy cuenta de que, siendo corto, cualquier poema cuya extensión supere el “con un seis y un cuatro, aquí tienes tu retrato” deviene en los tiempos que corren osadía homérica… Voy en consecuencia abreviando, lo voy a dejar en las dos penúltimas estrofas…)

Descansar de esta labor

De huracán, amor o infierno

No es posible, y el dolor

Me hará a mi pesar eterno.

Pero al fin podré vencerte,

Ave y rayo secular,

Corazón, que de la muerte

Nadie ha de hacerme dudar.

…Y hasta aquí puedo leer. Y escribir. Perdón. ¿Cómo? Que ya puestos a acabar, ¿por qué no acabé con la última estrofa? Bueno, respétenme alguna intimidad con don Miguel, con el señor poeta. Por lo demás... ¿A lo mejor así algún lector se pica, busca el poema entero y cae en un hermoso trance que no le alcanza la vida a agradecer? Cosas así pasaban antes. Ahora… ya no sé.