El miedo suele ser mal consejero, y a menudo no sólo no impide que se materialice lo que se teme, sino que lo facilita. Lo decía mi abuelo, que hizo una guerra cruel, la de Marruecos, y que contaba la historia de un recluta que nada más poner el pie en África, de tan aterrado que estaba, empezó a repetir como una cantinela que a él lo iban a matar allí. Tanto lo temió, que lo terminó propiciando: una noche, mientras estaba de centinela, más asustado que atento, un rifeño lo atacó por la espalda y lo degolló limpiamente. Y lo peor, como allí se decía, era que aquel pobre, antes de que lo mataran, se había estado muriendo todos los días que se pasó temiéndolo, mientras que aquel que elegía afrontar el trance con serenidad iba a morir sólo una vez.

El miedo ha sido, probablemente, el peor consejero de una Hillary Clinton que después de reírse de Trump, como el resto de la intelligentsia estadounidense y la progresía mundial, empezó a percatarse de que el magnate del flequillo imposible amenazaba con aglutinar el voto de muchos a los que ella, por diversas razones, no iba a ser capaz de persuadir. No siendo, posiblemente, la mejor candidata que podrían haber designado los demócratas, eligió ser un poco peor aún tirándose al barro en el que el desvergonzado Donald nada como pez en el agua. Con ello no sumó ningún voto, ratificó a más de uno en su decisión de abstenerse y dejo la vía expedita para que Trump, con ayuda de un sistema electoral anacrónico, de acuerdo, pero que es el que hay y el que rige la partida, se alzara con el triunfo que lo convierte en el próximo inquilino de la Casa Blanca. Ni la mano que a Hillary le echó Obama, movido también por el espanto, lo impidió.

Tal vez sea una lección para otros que en estos tiempos, y por estos lares, parecen gobernados por el miedo, y da la sensación de que sea por encima de todo éste el que les dicta las acciones, o en su caso, más bien, la persistente inacción en que andan empantanados. El miedo al congreso y a las primarias, el miedo a la militancia insatisfecha y, en fin, el miedo a las urnas, ha sumido a los actuales dirigentes socialistas en una estrategia de procrastinación y de elusión que empieza a resultar cómica y amenaza con ser mortal para su partido. Que digan ahora que el mes que viene pondrán la fecha de un congreso que insinúan para el próximo verano es sólo comparable a la torpeza con que reconocieron su pánico a que Rajoy los barriera, pánico que al final quedará como la razón principal de su abstención.

Súmesele el miedo al sorpasso de Podemos, que según las encuestas (es lo que tiene encogerse tanto) ya se ha producido, y quizá sea hora de preguntarse si lo que necesita el PSOE, tras el derribo y el posterior harakiri televisivo de Pedro Sánchez, es esa pandilla trémula que especula con el calendario en el búnker de la gestora o alguien que salga a cuerpo limpio a remontar o a morir, a manos de la militancia y la ciudadanía soberanas.

Ya lo decía Radio Futura: la vida en la frontera no espera.