El amor romántico es ñoño y todo lo que queráis añadir, sí. El amor de pecho ahogado y palabras torpes será ridículo y todo lo demás, vale. El amor punzante y auténtico (por indiscutible) será risible y bufo, acepto. Criticad el amor. Consideradlo menor. Haced mohines cuando pasa una pareja de la mano o murmurad cuando dos se besan en la barra de un bar. Bufad cuando suena una canción de amor o promocionan una película romántica. Gritad si queréis. Martillead con la crítica sombría y con vuestras inquinas de personas estables y seguras de sí mismas.

No conozco a nadie que cuando se enamore no resulte enternecedor. Hasta el machito amigo que presume de canalla en la barra del bar cae en las redes de los tópicos cuando se enamora: el suspiro, la pausa, el nerviosismo, la mirada distraída, la duda, el cigarrillo consumiéndose solo entre los dedos… Hasta la amiga templada parece asustadiza cuando te da señales de enamoramiento. Hasta los heavys triunfaban entre los pijos cuando se ponían románticos. Hasta…

Ese día en el que alguien te desordena la agenda, esa mañana en la que titubeas ante el teléfono -¿llamo, no llamo, llamo?- o miras la hora doscientas veces es, por excepcional, maravilloso. El eje cambia, las prioridades mueven la balanza de la rutina y todo tiene el nombre del amado, de la amada, del amante. El amor derrite presidencias, monarquías y barriadas. El amor cambia de bando y apunta desde su miopía.

He visto cómo adalides de la soltería y panfleteros del secarral de las emociones, llamaban pidiendo ayuda porque habían caído en el enamoramiento más hostil. Ellos, que masticaban hiel y aborrecían lo cursi. Y sonríes por dentro, diciendo “he ganado, yo tenía razón, te lo dije”.

El amor es un accidente, te pilla o no te pilla. No hay suscripción ni tampoco seguro de riesgo. Cuando aparece -recordad La ventana indiscreta- es como si fuera un choque de trenes, ¡pa! Señor Jeffries, el amor es así. ¡Pa!

Y en ese momento uno puede ser sensible, torpe, chiflado, principiante, pánfilo, pesado y típico. Puede estar ausente, errar, titubear, andar perdido, componer canciones, escribir, pasear sin rumbo o habitar castillos en el aire. ¡Qué cojones! Es amor.

Lo dijo Simone de Beauvoir, todo lo que se ama duele. Por eso en las caras del enamorado hay algo de desesperación y de miedo. Un gesto de alegría y temor. Una mezcla de resaca y desayuno. Y ahí, perdonad, todos nos parecemos.

¿Y por qué digo esto? Porque me cansa la superioridad moral de los que critican a la gente enamorada, los que tachan, los que juzgan, los que censuran. Y, sobre todo, porque estoy sentado en un café viendo como una pareja se coge de la mano, se besa y se promete. Y la envidia me ha dictado todo este texto. Así que perdonadme si no os gusta, no es culpa mía. Es el amor.