La nueva estrella del Parlamento es un tipo que estructura su discurso a la manera de un artículo de Buzzfeed. El charnego doméstico de ERC, Gabriel Rufián, en uno de esos entrañables gestos de orgullo suicida, compartió en las redes sociales los papeles con los que subió a la tribuna del Congreso. El texto de su alocución consistía en una batería de tuits que ni siquiera se cuidó de enmascarar con el signo de apertura de las interrogaciones. Un compendio de breves células inconexas de odio del género zasca.

Los pensamientos de Rufián son formato GIF. Es incapaz de hilar una argumentación y de ahí que se conduzca en la tribuna como un barco ebrio y que sus frases parezcan las sacudidas de un delirium tremens. La forma de su discurso es sin duda algo novedoso aunque la prosodia y el contenido tienen el ritmo y la antigüedad de un diplodocus.

Todo lo que se dijo de su intervención es que había sido “un troleo” al PSOE. Incluso los periódicos emplearon ese término. No hay nada más grimoso que un periódico empleando la jerigonza de Twitter pero en este caso hay que celebrarlo porque el término troleo describe con una precisión atómica la función discursiva del rufianismo.

Frente a Rufián pudimos ver el edificante ejemplo de un hombre que cumple con su labor. Antonio Hernando es un portavoz eficaz y se comportó con su partido con la responsabilidad, generosidad y entrega de las que carece el militante Pedro Sánchez. El infantilismo reinante jamás entenderá que Hernando ha estado a la altura del cargo tanto cuando lo ejerció para defender las tautologías sanchistas -“no es no”- como ahora, en el viraje hacia la cordura. El portavoz no es el dueño de su voz sino que es el portador de un argumentario colectivo, el de la organización, que debe transmitir por encima de apetencias y conveniencias personales.

Hace algún tiempo en los vestuarios de Vistalegre Pablo Iglesias le dijo a Íñigo Errejón que hay que dejar marcas para los historiadores. El líder de Podemos subió durante la sesión de investidura a la tribuna y habló de la Patria y el Pueblo como instancias supraparlamentarias. Fue como escuchar a Onésimo Redondo, con camisa de leñador y sin correajes.

Iglesias se jactó de que las personas maduras no votan a Podemos. Él cree que los jóvenes no crecen y no van leyendo y viviendo y trabajando y cotizando y sufriendo desengaños y experiencias que les vacunan contra los partidos mesiánicos. No es que los viejos de hoy no les voten, es que hay que ser muy joven para hacerlo. Y la juventud sólo dura unos años. Podemos es un rito de paso hacia la política, que a la mayoría se le hará vergonzante con los años, o una suerte de País de Nunca Jamás en el que se instalarían los talluditos que añoran el vigor juvenil. Así seguirá siendo, coquetería de universitarios; nunca jamás un partido de gobierno mientras su líder palmee con camaradería las espaldas bildutarras y señale con gravedad falangista a periodistas desde la tribuna de oradores.

El pasado fin de semana una coalición famélica formada por Podemos, Bildu y Esquerra Republicana abrió la puerta a la refundación del PSOE. Cabe pensar que cualquier país europeo necesita una izquierda institucional, prooccidental, respetuosa de las liturgias de la democracia y, en última instancia, de la legalidad. Al PSOE la tríada montaraz le ha cedido de forma desinteresada la explotación en régimen de monopolio de la fructífera cantera del centroizquierda. Sólo la resurrección vía primarias del sanchismo, enfermedad infantil del socialismo, podría interrumpir el proceso.