La campaña electoral americana está finiquitada. Igual que Al Capone fue a la cárcel por no pagar impuestos, Trump ha quedado fuera de juego tras filtrarse un vídeo repugnante en el que presume de su desprecio a las mujeres: “si eres famoso, puedes hacer lo que quieras con ellas”.

El modus operandi de Trump con las señoras no supone ninguna sorpresa, pero escucharlo de su propia boca fue demasiado. Lo curioso es que si no hubiese verbalizado tan abruptamente sus prácticas de machirulo con las hormonas revueltas, su comportamiento tampoco le hubiese pasado factura. Este tipo lleva años tomándose libertades con cada mujer guapa que se cruza en su camino, pero ¿quién iba a atreverse a darle una patada en la entrepierna? Era rico, poderoso. Un personaje. Un mito.

El poder diezma el valor de las personas más osadas. Una mujer que conozco, profesional intachable, soportó durante más de un año el acoso de su jefe en una Administración pública. Era un alto cargo que le agarraba el culo, la abrazaba sin permiso y la perseguía por los despachos solitarios. Un día amenazó con denunciarle. Él se echó a reír: “¿Quién va a creerte?”.

La única defensa de ella fue pedir un traslado. Cuando, años después, aquella chica me contó lo ocurrido, la animé a hacerlo público. Se echó a llorar, y me di cuenta de que es fácil aconsejar lo obvio, pero una mujer acosada por alguien poderoso tiene siempre las de perder. Porque es imposible encontrar pruebas donde no las hay: la mayor parte de las veces, el oprobio no deja rastro. Y porque vivimos en una sociedad extremadamente tolerante con los abusos de los de arriba. Una sociedad que prefiere no reflexionar sobre lo que significa que un tipejo salido bese por sorpresa a una chica joven, que en una fracción de segundo entenderá que lo único que le queda es sonreír como si tal cosa. Supongo que eso hacían las chicas a las que Trump acariciaba sin ellas quererlo: fingir que no les molestaba para no buscarse líos mayores.

Hace más de veinte años, ante las cámaras de TV, Boris Yeltsin largó un pellizco en el trasero a una secretaria. No sólo no pasó nada, sino que el mundo rio la gracia del reyezuelo ruso. ¿Qué hubiese pasado si aquella mujer hubiese abofeteado a quien acababa de vejarla? Yo se lo digo: habría tenido muchísimos problemas. Y eso lo saben Yeltsin y Trump y todos los indeseables como ellos, y todas las mujeres que se ven en la obligación de quitar importancia a un abuso por pura cuestión de supervivencia.