Susana Díaz debe de tener una completa colección de billetes de tren no utilizados. El karaoke de que se nos venía a Madrid lleva sonando desde antes, incluso, de que Pedro Sánchez fuera elegido secretario general de los socialistas. Decían entonces los palmeros de la presidenta, y lo vienen repitiendo cíclicamente con la suficiencia que se les supone a los amigos de las palmas fáciles, que ella siempre tiene a mano el billete para el primer AVE del día siguiente. Pero han pasado muchos días siguientes y muchos trenes sin que se haya subido a ninguno.

Su vida sigue siendo un continuo amagar y no dar. Un sí pero no. Un tal vez. Un mañana que nunca llega. Una promesa que jamás se cumple. Una amenaza que nunca cuaja. Un órdago que se queda en farol. Un "Andalucía es lo primero" a la vez que un "yo estaré para lo que quiera el partido". Vive en el alero de una ambigüedad más o menos calculada, pero enormemente cansina y aburrida, apoyada por ex presidentes del Gobierno con carné del PSOE que no soportan al actual secretario general y por barones con poder territorial que parecen aceptar de buen grado el papel de teloneros y que todavía lo soportan menos.

Quienes la conocen saben que quiere matar a Sánchez desde antes de que éste naciera. Y que si es sin anestesia, mejor. Saben también que es la más implacable de todos los críticos en su análisis contra el secretario general. Quizá porque se siente traicionada, engañada y utilizada. Quizá. Creía ella, como han creído tantos y tantos incautos a lo largo de la historia, que el madrileño, por aquello de que es de bien nacidos ser agradecidos, iba a ser un dominguillo en sus manos; que jugaría con él cuanto quisiera antes de que el muñeco aceptara de buen grado finiquitar su mandato con un coitus interruptus en el momento justo y deseado del santo advenimiento de la nueva mesías del socialismo español.

Pero no ha sido así. Pedro Sánchez está repleto de defectos pero tiene la enorme virtud de no rendirse jamás y de saber lo que quiere. Esto unido al alto, altísimo, concepto que tiene de sí mismo, -“no veo a nadie en el partido que lo pudiera hacer mejor que yo”, le dijo esta misma semana a una buena amiga- le hacen ser un rival imprevisible y correoso, dispuesto siempre al cuerpo a cuerpo y a morir en el empeño si fuera necesario, con la inconsciencia de aquellos que saben que no tienen nada que perder. Ahora anda sonado, con la carga de seis derrotas electorales consecutivas y de haber cosechado los peores resultados de la historia del PSOE a nivel nacional por dos veces consecutivas. Sin embargo sigue respirando, con respiración asistida, eso sí, con la vista puesta en el próximo sábado y en sobrevivir al precio que sea.

Al contrario que Sánchez, Díaz no ha tenido que conquistar nada porque lo ha heredado todo. Y siempre sin oposición. Primero fue el PSOE de Andalucía -por incomparecencia- y después la candidatura -por unanimidad y alevosía- a la Junta. A ella no le gusta el cuerpo a cuerpo y prefiere la aclamación, la alfombra y la rendición sin condiciones. No quiere guerras si puede evitarlas.

Pero todo parece indicar que esta vez Susana tendrá que pisar el barro -estas batallas se ganan y se pierden mordiendo el polvo o en el sucio barro-, y si quiere liderar de una vez por todas el PSOE deberá olvidarse de soluciones parche o de esperar que el próximo dominguillo le salga más dócil y obediente que el anterior. Sánchez ya le ha dicho que la espera; que él va a ir hasta el final, y que si quiere, que dé la cara, pero que esta vez no habrá rendición sin condiciones ni incomparecencias, y que si quiere aclamación y alfombra que se las trabaje.

Sea como fuere, Susana Díaz vuelve a estar varada en la estación de la que nunca ha salido y tiene que decidir ya qué quiere hacer con el próximo tren que pase y con el billete que siempre tiene a mano.