Ando leyendo la historia de amor de Anne Wiazemsky, “Un año ajetreado”, y me he colado en la cama de una pareja que vivió un apasionado romance durante muchos años. No es ficción, por eso digo colarme en su cama. Anne se enamoró del director de cine Jean-Luc Godard y habla de su vida junto a él. Así la rememora, la escribe y la detalla, con el sabor de quien se desnuda en el papel sin buscar personajes para esconderse: “Tan pronto nos sentamos el uno frente al otro en el amplio restaurante casi vacío, se lo conté todo”. Anne hace de su vida junto a Godard una novela, como un alivio. La actriz, ahora escritora, tenía diecisiete años menos que el cineasta francés y vivía en las exigencias de una familia autoritaria, pero se amaban.

De su mano, vuelves a plantearte las mismas dudas de siempre: ¿funcionan las parejas con diferencia de edad? Qué bobada. ¿Acaso tienen asegurado el éxito las que son del mismo año? Supongo que en el amor como en la cama, “todo es resultado de haber estado en peligro, de haber llegado hasta el final en una experiencia, hasta donde ya nadie puede ir más lejos”. Palabrita de Rilke. Amar es siempre un reto lleno de complicaciones, si no están al principio, estarán al final o en la mitad del camino. Salvarlas, si uno quiere, es parte de la almohada común en la mal llamada cama de matrimonio. Los obstáculos unas veces nos unen y otras veces nos matan. Ahí no hay consejos que valgan, solo literatura.

Leyendo esta novela entras en la energía de una juventud de los sesenta que exhalaba alegría y ganas de hacer palpitar la cultura. No sé observar a los veinteañeros de ahora de la misma manera que cuando tenía su edad. No sé de sus inquietudes ni de sus gustos. Pero apuesto a que el sugerente despertar de finales de los sesenta nada tiene que ver con el de ahora. En la novela, junto al retrato de Jean-Luc Godard, ya en camino de convertirse en el gran reinventor del cine, encontramos a Truffaut o a Riviette, filósofos y pintores, fotógrafos y escritores. Tantos y tan buenos de la misma generación que te ves abocado al conflicto con el panorama de hoy. Esos años de ajetreo parisino, como los que hicieron estallar culturalmente España en la transición, no se parecen a estos. Los referentes que llenan las revistas actuales o, mejor dicho, los medios de comunicación, son idénticos. El vasto escenario de mitos de nuestros días son fáciles de imitar y baratos de copiar. Todos me parecen iguales. O fotografían uniformemente.

Ignoro qué quedará de estos días cuando pasen los años, la perspectiva es maravillosa. La distancia resume bien y nos coloca en la realidad. Lo cierto es que estos días de política convulsa, mercadillo de titulares y tronistas de la imitación futbolística, no me suenan bien. Lo mismo me equivoco –fácilmente- y ese año ajetreado de Wiazemsky también es hoy. Vete a saber.