Nos hemos acostumbrado a hablar de las meteduras de pata de Rajoy con una naturalidad pasmosa, como si nos pareciera normal que nuestro presidente (en funciones) sea el personaje capaz de liarla parda más que cualquier otro que hayamos visto nunca en el cine. Nos hemos acostumbrado tanto que ya lo hemos incorporado incluso a nuestro imago mundi, eso que hace que cualquiera pueda reconocer Roma sin haber pisado suelo italiano solo porque su Fontana di Trevi forma parte de las imágenes que hemos memorizado sin haberlas visto personalmente. Simplemente las reconocemos porque las hemos visto mucho.

Con Rajoy y Berlanga nos pasa algo parecido. Recurrimos al director que mejor ha representado nuestras miserias para incorporar a nuestro imago mundi las calamidades de este gobierno en general y de su máximo representante en particular. El acierto de una buena comedia es dispersar las cagadas entre todo el reparto, y nuestro actor principal no sólo fue capaz de salir corriendo mientras todas las cámaras lo enfocaban, también reveló un secreto de estado ajeno y reaccionó poniendo la misma cara que si hubiera comprado porras en vez de churros un domingo cualquiera. Secundarios de lujo como María Dolores de Cospedal o Rafael Hernando; jóvenes promesas como Pablo Casado y actuaciones estelares como las de Soria completan la trama. Y no sé por qué, nunca falta quien lo remita todo a Berlanga.

Rajoy ganó las elecciones el 20D después de protagonizar escenas que ya les hubiera gustado que hubieran sido pergeñadas por otro. Y volvió a ganarlas aumentando en número de diputados el pasado mes de junio. Si todo esto fuera una de Berlanga nos habríamos muerto de la risa viendo las desventuras de un buen puñado de españolitos. Al fin y al cabo don Luis no dejaba de mostrar con un sentido del humor admirable todo lo que podía sufrir cualquier hijo de vecino. Ese era el mérito: entre carcajadas, cualquiera podía ser uno de sus desdichados.

Pues no, señores; dejen en paz a Berlanga. El pobre debe de revolverse en su tumba cada vez que lo mentan. Qué más quisieran Rajoy y compañía haber salido de la imaginación del valenciano más ilustre. Y haberse incorporado así a esas cosas que forman parte de nuestra vida y nuestra rutina sin merecerlo siquiera. Con Roma puede colar, pero estos salieron de un guion que escribimos nosotros con nuestros votos.

Y maldita la gracia que tiene reconocerlo.