Le he prometido a mi madre que iba a hablar de política. Le he dicho que iba a analizar en este folio el porqué de las abstenciones, las mentiras encadenadas, la tipología de la corrupción y de cómo se retuerce últimamente la palabra responsabilidad en boca de según qué políticos. Pero no puedo. Se ha sentado en el sillón de rayas azules con mi última novela y relee en un silencio que me resulta atronador. Pienso en las frases, en lo que he escrito, en los personajes y en los diálogos. Intuyo que el libro, juguete de unos y versículo de otros, se mueve en sus manos como si fuera un crío. Su crío. Qué pensará, me digo. Qué dirá de la historia. ¿Buscará entre líneas al autor, su hijo? ¿O, simplemente lee?

Para que os hagáis una idea: ella está a dos metros de este folio, con las piernas cruzadas, la bata fresca de verano, las gafas de cerca y el libro meciéndose de par a impar, de par a impar… A veces, intuyo, se detiene en alguna página porque no oigo el crujido del papel, la oigo a ella musitar alguna palabra y seguir adelante. Es lo más parecido a que te lean una carta, aunque todo sea ficción.

-¿Qué escribes? –me pregunta.

-Lo de la responsabilidad. 

-¿La nuestra o la de ellos?

-Responsabilidad es tomar decisiones y asumir también las consecuencias que tengan.

-No tienen vergüenza. Ninguno –sentencia airosa.

Asiento con la cabeza y sigo con mi folio mientras ella vuelve a la lectura. Entiendo que hablamos de dos vergüenzas, de la mía con mi libro en sus manos y de la de unos políticos enrocados, malolientes y cansinos como el afilador. El poder de una madre reside, muchas veces, en ese adulto que se hace niño cuando te mira. Me has mentido. De dónde vienes. Qué querías. Si voy yo, lo encuentro. Has visto cómo tienes la habitación. Qué pintas son estas. Dónde vas. A quién le vas a engañar.

Eso. A quién queréis engañar. Unos por mezquinos, otros por torticeros, el primero por obsceno y el último por mostrenco. Qué tipo de vergüenza sentís cuando os aplauden la frase y qué excitación sentís cuando os enfocan la cara. Me pregunto. Qué falta de pudor esconde el teatro político que ayer era tan urgente y hoy puede esperar plácidamente. Y, qué es eso de corrupción a la carta. Es evidente que la Mentira es mucho más atractiva porque nos gusta creerla y celebrarla. La Verdad, ya lo decía Serrat, lo que no tiene es remedio.

Levanto la cabeza del ordenador al notar que mi madre hace lo mismo con el libro que tiene entre manos.

-“Nunca vuelve quien se fue, aunque regrese” –dice leyendo en voz alta-. Me gusta la frase.

-Soy tu hijo, cómo no te va a gustar...

-Podría no gustarme. ¿Has acabado?