Sigo sin entender el beneplácito que parte de la derecha española más o menos liberal le ha concedido a Trump. El chiste dura ya meses y aunque sus posibilidades de ganar las elecciones son minúsculas el simple hecho de que un troglodita con una visión de la realidad más simple que la de un licenciado en políticas por la Universidad Complutense de Madrid tenga al alcance de la mano la Presidencia de los EE.UU. debería ponerle los pelos de punta al más pintado. Su reciente invitación a que le peguen un tiro a Clinton puntuaría bajo incluso en la escala moral de Twitter, donde cualquier idiotez, por aberrante que sea, encuentra siempre un público dispuesto a jalearla.

Lo de Trump y la derecha española resulta aún más extraño cuando se tiene en cuenta que Hillary Clinton es, desde todos los puntos de vista, indistinguible de los republicanos pensantes en temas de política exterior y una demócrata más que centrada en temas de política interior. En España la prensa izquierdista la situaría a la derecha del PP y la situaría bien (Trump sólo podría rebasarla por la derecha lanzando una bomba nuclear sobre La Meca). En realidad, cualquier parecido de un demócrata estadounidense con las llamadas fuerzas de progreso españolas es pura casualidad.

Otra cosa, por supuesto, son los aspavientos progresistas que todo candidato demócrata debe lanzar para contentar a su electorado habitual. Fanfarria de cara a la galería: no ha existido presidente de los EE.UU. al que la mística del Despacho Oval y las responsabilidades asociadas a esa mística no hayan convertido en un halcón con todas las de la ley. Una cosa son los anuncios electorales y otra la gestión de los intereses del país más poderoso económica, militar y culturalmente del planeta.

Me extraña aún más ese apoyo cuando el populismo de Trump reproduce punto por punto el de Pablo Iglesias y Podemos hasta el extremo de coincidir en algunos aspectos clave como su rechazo del TTIP y de otros tratados comerciales supuestamente liberalizadores con el argumento de la defensa de los puestos de trabajo de la América profunda (en España lo llaman “la gente” porque el resto de los ciudadanos no somos gente sino ectoplasmas).

Lo de Trump, en definitiva, no se justifica ni siquiera por las ganas, totalmente justificadas, que se le puedan tener a la dictadura de lo políticamente correcto. Puestos a agarrarse a un clavo ardiendo que fustigue a relativistas, buenistas, apaciguadores, alianzadores (sic) de civilizaciones y demás patulea procedente no ya del palco de la izquierda regresiva, sino de su gallinero, hagámoslo con alguien al que las corrientes de aire que le corren entre oreja y oreja no amenacen tornado. Hasta para provocar hay que tener gracia y lo de Trump, en fin, no da ni para chistaco de patán de tasca sanferminera.