Sucedió hace dos días, pero a estas alturas aún no he logrado salir de mi estupor. Interrogado por sus posesiones más preciadas en una entrevista veraniega, Javier Maroto, vicesecretario general del PP, el partido en el gobierno en funciones y aspirante a repetir, dice que entre ellas están las 10.000 canciones que tiene seleccionadas en iTunes y que el entrevistador no le pregunte si las ha comprado todas. El entrevistador, con buen criterio, se lo pregunta, y Maroto le repite que no lo haga.

Maroto, hijo de librero para más escarnio, nos permite con todo donaire dudar si de esas 10.000 canciones que tanto le gustan ha dado en reconocer el valor de 100, 200 o 2.000 por la vía de recompensar a sus autores adquiriéndolas regularmente (por cualquiera de las vías hoy disponibles, algunas tan asequibles como una suscripción a Spotify o los 4,99 euros que me costó el último CD que compré yo, con 60 canciones de Sarah Vaughan). Nos invita con el mismo donaire a suponer que las restantes 9.900, 9.800 u 8.000 se las ha abrochado por la cara, porque él lo vale y porque los cantantes ya ganan demasiado, o cualquier otra excusa de las que circulan por la piel de toro.

Uno ya lo descuenta en la ciudadanía corriente del país, pero que un representante público, de la cúpula del partido gobernante, lo exhiba con tal desfachatez, es un síntoma de la degradación a la que hemos llegado. De la moral privada y de la moral pública, en lo que toca al reconocimiento de los derechos de autor.

Sucede que quien esto escribe, que tiene como pasión los libros, y también posee más de 10.000, entre físicos y digitales, se ha pasado naturalmente por caja para adquirirlos todos. Sucede, además, que quien esto escribe, gracias a los lectores que no son como Maroto, se gana la vida escribiendo, e ingresa (gracias a esos lectores que no son como Maroto) unos cuantos miles de euros cada año en las arcas públicas para pagarles el sueldo a Maroto y a tantos otros que nos aburren a diario desde hace ya ocho meses con su bla bla bla (que diría el gran Jep Gambardella) sin acertar a hacer nada en ningún ámbito, y desde luego nada efectivo para que la creación vea amparados en España sus derechos. O puesto en román paladino: para que esos ciudadanos coherentes que sí compran los libros y las canciones que aman, y quienes escribimos los libros o componen las canciones, no asistamos, en público y en privado, a la burla de los melómanos como Maroto y los bibliómanos por la patilla.

En fin, señor Maroto, lo pone usted a huevo: ahora se entiende por qué en el documento enviado por su partido a los demás para tratar de cerrar un acuerdo de gobierno, entre decenas y decenas de medidas, sólo hay cuatro vaguedades referidas a la cultura, y por supuesto ninguna para acabar con su expolio.