Ya lo he contado alguna vez. Tengo una amiga ilustradora. Y algo habrá hecho la pobre, porque trabaja ilustrando libros infantiles y juveniles. El caso es que mi amiga tiene un truco para evitar la censura de los editores, esos cachorros asustadizos cuyo dominio de la psicología infantil suele ser similar a su conocimiento de la cosmología de branas.

El truco de mi amiga consiste en dibujar un negro barriendo en algún rincón del libro. A veces dibuja a alguien con tres brazos. Pero los tres brazos suelen pasar desapercibidos e incluso es probable que algún editor los considere como una muestra de diversidad funcional. Un negro barriendo jamás. Una vez localizado y censurado el negro que barre, el editor se relaja y deja de molestar a mi amiga con detalles menores como el hecho de que las niñas lleven falda o pantalón.

Así que ríanse ustedes del islam. Para religión con dogmas de fe represores, el sector editorial infantil. En las ilustraciones deben aparecer tantos niños como niñas. Alguno ha de llevar gafas de culo de botella de brandy, otro estar gordo como un planeta relleno de fabada, otro ser más bajo que el cubo de la basura. Las mujeres no pueden ser dibujadas realizando actividades consideradas femeninas ni los hombres realizando actividades consideradas masculinas. Tampoco pueden dibujarse hombres en posiciones jerárquicamente superiores a las de las mujeres excepto en el caso de que ese hombre sea negro. En el sector editorial infantil, todos los negros son generales de cinco estrellas, presidentes del Gobierno, premios Nobel y escritores traducidos a cincuenta idiomas.

Estaba cantado que el linchamiento (en nombre de la tolerancia) de María Frisas y su libro 75 consejos para sobrevivir en el colegio acabaría en los diarios. Una gran victoria para la tuitera @yaracobaain y para Haplo Schafer, el promotor de la petición de retirada del libro de Frisa en change.org. Otro día hablamos de cómo change.org es ya (si es que no lo ha sido siempre) la plataforma preferida por los fanáticos para la incineración de la bruja del momento.

Acerca de este asunto lo han dicho ya casi todo Daniel Gascón aquí y Juan Soto Ivars aquí. Léanlos si no lo han hecho ya. Yo voy a añadir un tercer punto de vista sobre el asunto.

El enfoque de la noticia por parte de los medios de comunicación ha sido francamente impresentable. Allí donde se tenía a unos cuantos adolescentes de selfie con morritos y evidentes problemas de comprensión lectora promoviendo la quema de libros, es decir la prueba de que el franquismo sociológico anda vivo y coleando pero no en el Valle de los Caídos sino en Twitter y Youtube, se ha acabado hablando de un libro para niños y de María Frisa y de la editorial y de lo que se puede y lo que no se puede decir y de eso que algunos bienintencionados siguen llamando “los límites de la ironía”. Como si tras la noche de los Cristales Rotos nos hubiéramos puesto a discutir sobre lo sucios o lo limpios que estaban los escaparates de los comercios judíos.

Lo de esta última frase, para los que no saben leer, se llama hipérbole. Lo que no es una hipérbole son los treinta mil quemalibros que han firmado la petición. Miedo da que anden sueltos por las calles.