El turista ideal lleva arena en los zapatos. Incómodo souvenir yermo de todos los lugares donde ha estado, adonde ha ido. El turista del año arrastra un fiambre en la maleta. Un trapo sucio sin lavar recuerdo de su última refriega. El turista perfecto aún no lo sabe, pero lleva 15 días dead, balaseado por un trago de mezcal en pulpería equivocada de Cuernavaca (México). Si se mueve todavía, lo hace como todos los turistas: por la inercia de su viaje.

Ahoga un socorrista (o lifeguard) a una socorrista (o lifeguard) en Aguarmarga con sus propias manos. Revela la sección de Sucesos que su relación extramatrimonial tenía visos de crónica de un naufragio. Hay gente cuya vida tiene algo de Titanic cotidiano. Sus compañeros, el resto de los socorristas (o lifeguards), a causa de la tragedia, permanecen hundidos.

Los mossos d’esquadra han detenido a 11 mujeres que formaban parte de una red ilegal de canguros, babysitters y niñeras que operaba en Barberá del Vallés (Barcelona). Las detenidas, nueve de ellas de nacionalidad ecuatoriana, están acusadas de haber reeducado a más de 75 niños con el fin de dominar el mundo. Aprovechaban, para ello, los meses de verano.

Descarrila el tren de la bruja en medio del recinto ferial. Se convierte el índice de natalidad de Begur en el último vagón varado de una vía muerta. Parece cosa de hechizo ese silencio de niños recién incinerados en urnas de chocolate.

El albatros nudista cae en una profunda depresión el día que constata que su pico mide dos palmos más que su cola.

Seguir las evoluciones de una comida familiar en el self-service del parque acuático, menú del día, ensaladilla rusa o ensalada de pasta con mayonesa y albóndigas con tomate o surtido de fritos, con padre, madre, padre de la madre, madre del padre, tres octogenarias hermanas de la madre del padre y los cinco hijos de edades comprendidas entre los dos y los siete años, encallados en sillas de plástico que ordenan rotundas en sus respaldos beber Coca-Colas, seguir sin más teorías sus evoluciones, repito, es constatar, como en su día hizo Darwin (1809-1882) que provenimos del mono.

Me observa desde el meollo de sus vísceras madrugaderas el reloj digital que palpita despacio en la mesilla de noche. Cada minuto es un guiño afectuoso de artilugio enamorado. Empieza a preocuparme, sinceramente, tanta afectación, tanta impuntualidad.

Una razón de peso para no morir ahogado entre las olas del mar Mediterráneo: el arroz negro del hotel Llafranc.