Ada Colau, musa de esa toma relativa del Cielo de la que se están arrepintiendo algunos. Ada Colau, patrona catalana de una conquista del Cielo que empezó copando por asalto las tertulias y que se desfonda en los ayuntamientos. El podemismo consistorial vive de cuotas -mareas en su jerga-, y si a Carmena le toca poner de colorado el callejero, a Colau -por currículum- le va más eso de amadrinar los desahucios cuando le dejan la agenda y Pisarello. Carrer de no sé cuántos, Barcelona, Cat., y Ada allí animando el cotarro entre cacerolas, mossos y jubiletas.

Colau quiso pararle la usura endémica a los banqueros, y todo fue en esa época -hace dos días, como quien dice- cuando se puso en boga lo del circo mediático y callejero en cada desahucio, más una nube de periodistas cubriendo aquello como antes se hacía con las corridas de El Cordobés o con las caras de Bélmez. Periodismo social, lo llamaron algunos influencers del zurderío.

Ada Colau llegó, vio, sacó el megáfono y en nuestro imaginario quedó ya como la salvaora de los desdichados y los sin casa, una virgen de los desamparados en acratona. Casi que la mejor persona del Mediterráneo, o una activista ahogada por la burocracia y el bastón.

Porque la actualidad es la que manda, y Colau es alcaldesa, y la noticia que vimos en EL ESPAÑOL es que el juzgado contencioso administrativo número 2 de Barcelona "ha denegado al Ayuntamiento la autorización para entrar al Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) para comprobar el cumplimiento de la orden municipal de cese de actividades porque hay serias dudas sobre su competencia". El CIE es el casus belli para que Colau le líe la pajarraca a Interior, para que Fernández Díaz (peligro en La Condomina) se la devuelva a Colau: para que en las grandes "ciudades del cambio" no funcione un puñetero semáforo y para que España sea la vergüenza de estos tiempos dramáticos.

El asunto del CIE de Barcelona, el jaleo competencial en España forma parte de nuestro folclor, evidentemente: pero es que de la buena acción al populismo hay una línea mínima que cuesta trabajo diferenciar en estos días. En todo caso, el mundo arde aunque la vida en España siga siendo una triste agarrada competencial, una bronca entre Colau y Fernández, este dudoso ministro al que no reconocen ni en Lesbos ni en Alepo.