Leí el martes en los diarios, tras la reunión de Albert Rivera con Mariano Rajoy, que el líder de Ciudadanos le pasaba la presión a Pedro Sánchez. Ayer leí que Sánchez le devolvía la presión a Rivera. ¿De qué presión hablan? Ni que fueran PSOE y Ciudadanos los que pretenden formar gobierno. El primero ha obtenido 52 escaños menos que el PP. El segundo, 105. ¿Y la gobernabilidad depende de ellos? Amos, amos, anda.

¿O es que nadie recuerda lo cara que solía vender CiU su escasa docenita y media de escaños a PP y PSOE durante la época dorada del nacionalismo catalán? ¿O es que nadie recuerda que si los españoles no tienen que hacer hoy la mili es porque CiU se lo exigió a Aznar a cambio de su apoyo?

En Cataluña se ha vivido muy bien hasta fechas recientes gracias a lo negociado por el pujolismo. Si una comunidad entera, y no precisamente de las baratas, ha vivido de las rentas de una miserable docena y media de escaños durante casi veinte años… ¿qué no podrían exigir PSOE y Ciudadanos a cambio de sus 85 y 32 escaños?

Ciudadanos, por lo bajo, podría exigir la mitad de su programa electoral. El que firmaría mañana mismo el sector más liberal del electorado del PP, por ejemplo. No esas medidas abstractas, vaporosas y puramente declarativas que ofrece Rajoy en materia educativa. De hecho, más de uno en el Partido Popular se alegraría de tener, ¡por fin!, la excusa para aplicar en España alguna medida que se aleje aunque sea medio palmo de la socialdemocracia.

El PSOE, desde la cima de sus 85 escaños, podría pedir sin problemas la cabeza de Rajoy. Aunque eso conllevara la decapitación equivalente de Sánchez, un político al que, en cualquier caso, se le intuye menos futuro que a la rubia neumática en las películas de terror adolescente.

El triunfo del PP en las pasadas elecciones fue tan incontestable que la amenaza de Rajoy de volver a pasar turno suena a insulto. El presidente más indolente de la historia de la democracia se ha encontrado, para sorpresa de todos, en su zona de confort por excelencia. Es presidente de facto pero sin que nadie le obligue a ejercer de tal, ha obtenido una victoria electoral que todos han interpretado como un espaldarazo a su estrategia del dolce far niente y hasta la prensa menos amistosa (léase El País) habla de la presión que recae sobre las cabezas… de aquellos que han perdido las elecciones.

Mariano Rajoy debe de andar, en fin, tarareando por los pasillos aquello de Kaka de Luxe:

“Pero qué público más tonto tengo,

pero qué publico más anormal,

yo estoy aquí y canto lo que quiero,

y si queréis más dejo de cantar.

Yo sigo aquí,

vosotros ahí estáis”.

Si la que tuviera 85 y 32 escaños fuera la CiU de Pujol, todos los catalanes tendríamos ya una mansión en Mulholland Drive. A ver si va a hacer falta que vaya Pujol a enseñarles a Sánchez y Rajoy cómo se negocia una investidura. Que no sepa negociar el PSOE, copado por una casta que ha vivido toda su vida amarrado al despacho oficial y el presupuesto público, se comprende. Pero que no lo sepa hacer Ciudadanos clama al cielo. Pudiendo tener el alma de Rajoy, se conforman con hacer posturitas. Desde luego, para Satán no sirven. Y eso que los pintaban mefistofélicos, a estos cachorrillos.