Si Rajoy -con el PSOE del ronzal- ha anunciado que comienza el mandato de la "sabiduría", Iglesias ha vuelto a demostrar que su voluntad es que no salgamos del "tiempo de la locura". Hoy se repetirá esta historia de dos ciudades en la que el presidente y el ya líder de facto de la oposición se enseñorean de sus respectivas construcciones.

Resultó irrisorio escuchar de boca del presidente de los decretos la catequesis del consenso. Y fue desternillante la espantada de las falanges de Iglesias por la arbitrariedad y torpeza de la presidenta de la Cámara, que debió dar la réplica por alusiones al líder de Podemos.

Puede que el diputado de la cal viva, el hombre que trata al resto de parlamentarios de "delincuentes potenciales", el pequeño Koba que ordena chitón al PP cuando se sube a la trona, se equivoque en su estrategia de simultanear la calle y el escaño. Recurrir al numerito de la indignación y hacer de la Cámara una ópera bufa requiere dosificación y cautela.

Mónica Oltra se gastó un dineral en camisetas con dedicatoria y protagonizó provechosas expulsiones de las Cortes Valencianas porque, aun siendo dura y demagógica, resulta afectuosa, sencilla y creíble. A bote pronto, Pablo necesita un edecán que le susurre al oído la llaneza que no tiene cuando sus tiffosi le hisopen los laureles.

Iglesias cree haber comprado un billete a la gloria de la manifestación de este sábado: apropiarse de Rodea el Congreso con prebendas de diputado le permitiría volar la legislatura a conveniencia. Pero la masa es caprichosa y rebelde como el dentífrico, así que se arriesga a pasar el mal trago que conocieron Errejón y La Sexta con la retransmisión en directo del aniversario del 15-M. Habrá que estar atentos a ver si finalmente Iglesias se atreve a cruzar el Rubicón del milagro populista a nado: sin el flotador de los propios, se entiende.

En un país de asonadas durante dos siglos de guerras civiles rodear el Congreso a gritos debería ser un motivo de vergüenza colectiva. Otra cosa sería una manifestación silenciosa y pacífica; pero aquí no se llevan las vigilias. En Alemania las esvásticas en los retretes enfurecen a los camareros porque el país entero se avergüenza de sus abuelos, de su pasado. En España, muy al contrario, los muchachos toman las calles para denunciar la "Rebálida" (sic), una "prueba franquista" -dicen-, porque vivimos atrapados en los aguafuertes de Goya y lo poco que se lee, se "lee a garrotazos", que dice Gimferrer. 

Ni Rajoy ni Iglesias merecen credibilidad. Además, no es verdad que tengamos que elegir entre el cuento de la lechera y el cuento de la revolución, entre las reformas que "algún día llegarán" o rodear el Congreso para "derribar el régimen del 78". Hay otro relato más atractivo y necesario en el que no caben narradores tramposos: el relato de la regeneración.