Correa tira de la manta de armiño y oro que le tejieron en Génova 13 con las obras amañadas de los ministerios y quien se ruboriza es el PSOE. El capo de la Gürtel se cubre con cuidado un cuerpo ya hecho a las literas de la cárcel -no se vaya a resfriar Rajoy- y quienes padecen escarnio y mueren de vergüenza son los socialistas. 

Hay una inversión fascinante del sentimiento de culpa en las confesiones del hombre que se hacía llamar Don Vito a la hora del reparto. En lugar de angustiar a los beneficiarios de los sobres de Bárcenas, en vez de apabullar al Gobierno en funciones y muy particularmente al presidente, quienes se abochornan son los socialistas.

Uno ve a Paco Correa de punta en blanco mientras apura cocacolas en la Audiencia y recuerda las confidencias de Jarabo tras su detención, enfundado en una bata de seda, puesto de morfina, y deleitándose en los detalles del crimen de la familia del perista.

La diferencia es que mientras aquel episodio de la España negra terminó mal para el delincuente, quien parece sentenciado a garrote en este relato de la España del trinque popular es el PSOE.

Una cosa es que la corrupción no penalice en las urnas ni en la designación de los asesores de Bruselas, como bien saben Soraya y Ana Mato. Y otra que la depuración de responsabilidades estéticas o morales por las fechorías organizadas en la sede del PP sea un motivo de preocupación exclusiva para los coroneles de la gestora.

A la vicepresidenta le basta decir que se juzgan "cosas del pasado" para pasar página, confiada en que el PSOE será el primer interesado en preservar la investidura de Rajoy de los desafueros de Correa.

El PSOE quedará sin honra ni barcos si, por no afrontar unas elecciones que nadie desea, sus diputados hacen de deshollinadores de la Gürtel en el Congreso. No hay otro modo de verlo. La investidura de Rajoy puede ser el final del PSOE.