Creo que fue Manuel Jabois, y si no fue él fue otro gallego similar, el que comparó a Rajoy con un percebe. ¿O era un berberecho? Iba la metáfora de Jabois, o del otro gallego, por esa habilidad del presidente para ponerse de perfil frente a todos los problemas y dejar que sea el tiempo, la gangrena y el hartazgo del oponente el que acabe decantando la batalla a su favor.

Rajoy, sí, es la pesadilla de la modernidad líquida. Si en los años setenta hubo directores de cine polacos capaces de llenar cuatro horas de metraje con el plano fijo de un tractor oxidado, ¿por qué no vamos los españoles a poder rellenar otra legislatura más con el plano fijo de un presidente en funciones? Si han visto alguna película de Tarkovsky ya saben de qué abúlicos e insondables sopores estoy hablando. La culpa es nuestra, que no sabemos disfrutar de los presidentes de Gobierno de arte y ensayo.

Que la táctica del percebe funciona lo demuestra que Rajoy sigue aquí. Como el dinosaurio de Monterroso, pero en funcionario de alto rango. Tan demoledora es la impasibilidad de Rajoy que hasta puede leerse a algún periodista que defiende muy seriamente la idea de que se trata de una genialidad táctica. También debe de serlo lo del percebe: pudiendo moverse más que un poligonero enfarlopado en el parking del Space de Ibiza, nuestro pequeño crustáceo marino ha optado por la impavidez. Una genialidad táctica, no cabe duda.

Y aún va el hombre por ahí (me refiero a Rajoy, no al farlopero ni al percebe) pidiendo “estabilidad y moderación”. ¿Más aún? Un solo gramo más de estabilidad y moderada moderación y entramos en coma todos los españoles. Nos van a tener que recoger con aspiradora.

La genialidad táctica de Rajoy tiene, sin embargo, un pequeño punto débil. De la misma manera que los bancos, entidades en quiebra perpetua que se desmoronarían de inmediato si todos sus clientes retiraran sus ahorros a la misma hora, la impasibilidad de Rajoy sólo funciona bajo la premisa contraria: la de que todos a su alrededor corran por el gallinero como pollos descabezados exigiendo decisiones, pactos, ceses, cambios y mudanzas.

Dicho de otra manera. Al igual que la aparente fortaleza de los bancos es sólo una ficción económica que se sostiene en pie por un pacto tácito con sus clientes (“no os llevéis todos vuestro dinero a la misma hora”), la aparente genialidad táctica de Rajoy es también una ficción que se sostiene en pie por un pacto tácito con sus oponentes (“dad tumbos”).

Pedro Sánchez lo ha pillado. Y aunque la táctica del percebe, madrileño como es él, le sienta como a un santo dos pistolas, se ha puesto manos a la obra con un desparpajo oceánico que haría la envidia de los troles más curtidos de internet. “Primarias y congreso. No a Rajoy. No a terceras elecciones. Sí a un pacto de progreso”. O lo que es lo mismo: “Susana muévete tú que yo te espero aquí sentado”. Pedro Sánchez no es genéticamente un percebe como Rajoy pero a ver quién es el guapo que lo arranca de la roca si el hombre se agarra con fuerza.

Lo que está por ver es si España es capaz de soportar no uno sino dos percebes.
Y ojo no vayamos a terceras elecciones y se añadan uno o dos percebes más a la lista. En vista del éxito de la genialidad táctica, digo.