Denis Diderot, filósofo y enciclopedista francés: “En la sociedad hay dos clases de personas, los médicos y los cocineros; unos trabajan sin descanso para conservar nuestra salud y los otros para destruirla, con la diferencia de que los últimos están más convencidos de lo que hacen que los primeros”. Valga el bueno de Diderot para anunciarnos el regreso de ‘Pesadilla en la cocina’ a la Cadena Sixtina (lo hizo anoche) y, por no variar, este Alberto Chicote nuestro no ha cambiado ni de tróspida indumentaria, puesto que sigue el tío luciendo esas surrealistas y multicoloridas filipinas que son ya marca de la casa. De su casa. ¡Y vaya marca! 

Alberto Chicote, durante su programa.

Alberto Chicote, durante su programa.

Luce para la ‘rentrée’ Chicote una chaquetilla blanca cubierta de pezqueñines. Lógico. Tocaba mosquearse en la cubierta de una embarcación marinera. Y es que había una vez un barquito nada chiquitito cuyo dueño, un francés de lo más pinturero y endiosado, decidió reconvertir en restaurante de postín con aires de bistró. O sea, en ‘bristraurante’. O algo así. Comedero sobre olas en alta marejada. O lo que es lo mismo, mareo generalizado. Naufragio anunciado.

Y requeteanunciado: “Si no consigo hacer funcionar este barco, esto acaba como el Titanic”, dice Fred, el ‘boss’. Un fantasmón a la francesa. Asegura haber inventado el primer ventilador modelo Sanson y una minisierra que acabó vendiéndose en todas las teletiendas del Mundo Libre. Fred habla de su equipo de un modo bastante peculiar: “Juan es un buen cocinero, pero un poco cabezón. Un poco mucho”. ¿Será que no domina demasiado bien el castellano?

Aparece entonces la gran esperanza blanca de los chefs más chungos de la España Profunda. El Gran Chicote. Paseando por el puerto con sus pezqueñines y soltando coñas marineras: “Es la primera vez que me encuentro con un reto de este ‘calado’”. ¡Qué tío más guasón!

El menú que le sirven para la prueba es para echarse a temblar. Croquetas con foie de langostino y chorizo del mar Menor. “¿Por qué las croquetas eran de jamón y no de chorizo?”, clama Chicote, indignado. Sus gritos mosquean al chef y explica, finalmente, que eso no era chorizo sino salchichón de buey. Pues vale. Le colocan de segundo un insípido ceviche. Y de tercero, un chuletón. “¡Para cuatro!”, dice el pinche, en la cocina, antes de servírselo. “¡A ver si tiene huevos de comérselo!”. El chuletón, según Chicote, está rico. Pide el postre y no se lo quieren sacar. “¿No ha comido ya mucho?”, le preguntan. “No, es que lo quiero no es comer, sino probar cosas”, contesta él. Chicote es mucho Chicote. No hay pez grande que se lo coma.

Chicote, ante uno de sus retos.

Chicote, ante uno de sus retos.

“Para servir a 30 habéis montado un pollo de puta madre”, grita Chicote, a estribor, en pleno naufragio. Minutos después, una camarera deja de tomar la comanda para irse a vomitar al water. “¡Que le dé el aire!”, ordena alguien antes de abandonarla en la popa del barco.

“¡Fred!, ¿qué cojones pintas ahí?”, vocifera Chicote. Lo que hay que hacer para reflotar un formato que empieza a apestar a fritanga. O, lo que es lo mismo, que empieza a tener la apariencia de un plato recalentado, por un cocinillas espontaneo, en un microondas ful.

¡Qué lástima! Con lo bien que nos lo pasábamos en la primera edición…